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NOVEDADES BIBLIO
GRÁFICAS

 

 

La armadura de la luz
Ken Follett, Editorial Plaza&Janés, Barcelona, septiembre, 2023.

Se trata de la quinta entrega de la saga “Los pilares de la Tierra”, que arranca en la ciudad de Kingsbridge en 1792, donde un gobierno despótico está decidido a convertir Inglaterra en un poderoso imperio comercial. Los nuevos avances industriales se imponen de manera implacable, sacudiendo las vidas de los trabajadores de las prósperas fábricas textiles de Kingsbridge.
Las máquinas abren un mundo de oportunidades ligado, sin embargo, a la crueldad más despiadada.
Los conflictos y brutalidad de la Revolución Industrial se verán además agravados porque, al otro lado del mar, Napoleón prepara un violento plan para convertirse en emperador del mundo. Y a medida que el estallido de un conflicto parece cada vez más cerca, la historia de un pequeño grupo de personas -la decidida hilandera Sal Clitheroe, el idealista David Shoveller y Kit, el brillante hijo de Sal- se convertirá en el símbolo de la lucha de toda una generación que desea progresar y pelea por un futuro sin opresión...


1.

Sal Clitheroe nunca había oído gritar a su marido, hasta ese día. A partir de entonces, no volvería a oírlo gritar jamás, salvo en sueños.

Era mediodía cuando llegó a Brook Field. Sabía qué hora era por la textura de la luz que asomaba tímidamente entre las nubes gris perla que encapotaban el cielo. El campo era una extensión de poco más de hectárea y media de terreno llano y embarrado, con un impetuoso riachuelo que fluía por un lado y una loma baja en el extremo sur. El día era frío y seco, pero había llovido durante toda la semana, y Sal se abrió paso chapoteando entre los charcos, con el pegajoso fango tratando de arrancarle los zapatos hechos con sus propias manos. Le costaba trabajo avanzar por el lodazal, pero era una mujer grande y fuerte y no se cansaba con facilidad.

Había cuatro hombres recogiendo una cosecha invernal de nabos, agachándose, incorporándose y levantando y apilando los tubérculos nudosos de color pardo en unas cestas amplias y bajas llamadas corbes. Cuando el corbe estaba lleno hasta arriba, el jornalero lo llevaba al pie de la loma y volcaba los nabos en el interior de un robusto carro de roble de cuatro ruedas. Sal vio que los hombres casi habían terminado, pues no quedaba ni un solo nabo en la parte más próxima del campo y los jornaleros ya habían alcanzado la ladera del monte.

Todos iban vestidos de igual modo: llevaban camisas sin cuello, calzones cortos hasta la rodilla tejidos a mano por sus mujeres y chalecos que habían comprado de segunda mano o bien heredado de entre la ropa desechada por hombres de las clases más pudientes. Los chalecos nunca se desgastaban. El padre de Sal había tenido uno muy elegante, un chaleco cruzado a rayas rojas y marrones y ribeteado con cordoncillo, sin duda descartado por algún dandi de ciudad. Su hija nunca lo había visto vestido con otra cosa, y lo habían enterrado con él.

Los jornaleros iban calzados con botas usadas y remendadas una y otra vez, y todos llevaban la cabeza cubierta con una prenda distinta: un gorro de pelo de conejo, un sombrero de paja de ala ancha, un sombrero alto de fieltro y un sombrero de tres picos que podía haber pertenecido a un oficial de la armada.

Sal reconoció el gorro de pelo. Era de su marido, Harry, y se lo había hecho ella misma, después de cazar al conejo, matarlo de una pedrada, desollarlo y guisarlo a la cazuela con una cebolla. Aunque habría reconocido a Harry también sin el gorro, incluso de lejos, por la barba pelirroja.


Revolución
Arturo Pérez-Reverte, Editorial Alfaguara, Barcelona, octubre, 2022.

Esta novela es mucho más que una novela sobre los dramáticos acontecimientos que sacudieron la república mexicana en el primer tercio del siglo XX. Se trata de la historia de un hombre, una revolución y un tesoro. La revolución fue la de México, en tiempos de Emiliano Zapata y Francisco Villa. El tesoro fueron quince mil monedas de oro de a veinte pesos de las denominadas maximilianos, robadas en un banco de Ciudad Juárez el 8 de mayo de 1911. El hombre se llamaba Martín Garret Ortiz, y todo empezó para él la mañana de ese mismo día, cuando oyó un disparo lejano.
El protagonista de “Revolución” se presenta al comienzo como un hombre crédulo e inocente, rasgos propios de su edad, pero a lo largo de la novela evolucionará hasta convertirse en un hombre bien parado, de pensamientos claros y con la carga de un pasado inquietante a sus espaldas. En su alborotado camino iniciático, termina por convertirse en un hombre que avanza en su día a día sin vacilaciones, con paso seguro y sin amedrentarse en ningún momento ante la posibilidad de la muerte.
Como por obra de la casualidad o el destino, Martín Garret Ortiz terminará por sumarse al ejército revolucionario de Pancho Villa. Al lado de esos compañeros inesperados, vivirá un viaje duro, arriesgado, sin concesiones ni segundas oportunidades, que le enseñará los avatares de la guerra y los agrios desquites de los amores ingratos.
Un relato de iniciación y madurez a través del caos, la lucidez y la violencia: el asombroso descubrimiento de las reglas ocultas que determinan el amor, la lealtad, la muerte y la vida.
“Toda la vida escuché en mi casa la historia de aquel amigo de mi bisabuelo, ingeniero de minas, que trabajó en México en plena revolución. Ese recuerdo remoto me ha aproximado a mi propia relación con la aventura y me ha llevado a escribir esta historia. Es una novela de iniciación y aprendizaje y es, de algún modo, mi propia biografía de juventud. Es mi Flecha de oro”. Arturo Pérez-Reverte.


1. El Banco de Chihuahua


Ésta es la historia de un hombre, una revolución y un tesoro. La revolución fue la de México, en tiempos de Emiliano Zapata y Francisco Villa. El tesoro fueron quince mil monedas de oro de a veinte pesos de las denominadas maximilianos, robadas en un banco de Ciudad Juárez el 8 de mayo de 1911. El hombre se llamaba Martín Garret Ortiz, y todo empezó para él la mañana de ese mismo día, cuando oyó un disparo lejano. Pam, hizo, seguido de un eco que fue apagándose en la calle. Y después sonaron otros dos seguidos: pam, pam.

Dejó sobre la mesa el libro que estaba leyendo —La energía eléctrica en la moderna explotación minera— y se asomó al mirador apartando los visillos. Parecían tiros de fusil disparados a dos o tres manzanas de allí. A un par de cuadras, como decían los mexicanos. Al cabo de un momento sonaron otros, esta vez más cerca. Sobre los tejados de las casas bajas y chatas se levantó una columna de humo primero gris y luego negro que la ausencia de viento mantenía vertical en el azul cegador de la mañana. Ahora el tiroteo era más nutrido, tornándose un chisporrotear de estampidos: pam, crac, crac, pam, crac, pam. Así sonaba, y el eco volvía a multiplicar el ruido. Era un crepitar intenso, semejante al arder de madera seca, que parecía extenderse por todas partes.

Ya empezó, se dijo, excitado. Ya los tenemos ahí.

Era Martín Garret un joven curioso, todavía en esa edad —veinticuatro años cumplidos dos meses atrás— en la que uno cree hallarse a salvo de los imprevistos del azar y de las balas perdidas que zumban en las calles. Pero, sobre todo, se aburría en su habitación del hotel Monte Carlo esperando la reapertura de las minas Piedra Chiquita, cerradas por la inseguridad política en el norte del país. Así que la novedad pudo más que la prudencia. Se abotonó el chaleco y ajustó la corbata, cogió sombrero y chaqueta e introdujo en ésta un pequeño revólver Orbea niquelado con cinco cartuchos de calibre 38 en el tambor. Aquel peso en el bolsillo derecho inspiraba cierta seguridad. Después bajó de dos en dos peldaños las escaleras, pasó junto al asustado conserje, que asomaba apenas los bigotes tras el mostrador del vestíbulo, y salió a la calle

Quería mirar, verlo todo con sus propios ojos ávidos. Desde que llegó de España, el joven ingeniero de minas había seguido la evolución de los acontecimientos a través de los periódicos nacionales y estadounidenses. Todos hablaban de la inminencia del conflicto, de la inestabilidad del presidente Porfirio Díaz, de cómo los descontentos se unían en torno al opositor Francisco Madero. En los últimos meses se habían sucedido tensiones políticas, hechos ominosos, incidentes que incluían cada vez más sangre. Incluso verdaderos combates. Las partidas de bandidos, pequeños rancheros o campesinos desesperados se agrupaban ahora en brigadas con organización casi militar, bajo cabecillas que reclamaban justicia y pan para el pueblo, sumido en la miseria por hacendados arrogantes y por un gabinete presidencial ajeno a la razón. Para cualquier mexicano de las clases medias y bajas, la palabra gobierno era sinónimo de enemigo. Por eso los insurrectos querían Ciudad Juárez, principal paso fronterizo con los Estados Unidos. Se habían acercado en los días anteriores, ocupando posiciones en torno a la ciudad. Acumulando fuerzas. Ahora empezaba la verdadera lucha y quizá la revolución.


Esclava de la libertad
Ildefonso Falcones, Editorial Grijalbo, Barcelona, agosto, 2022.

La novela narra la apasionada lucha por la libertad de dos mujeres negras en épocas distintas: la Cuba esclavista colonial y la España del siglo XXI.
En Cuba, la protagonista es Kaweka, una muchacha que vivirá en primera persona el horror de la esclavitud, pero que pronto demostrará a quienes la rodean que posee la facultad de comulgar con Yemayá, una diosa voluble que, en ocasiones, le concede el don de la curación y le proporciona la fuerza para liderar a sus hermanos de raza en la arriesgada lucha por la libertad.
En Madrid está Lita, una joven mulata, hija de una mujer que lleva toda la vida sirviendo en casa de los marqueses de Santadoma, en pleno barrio de Salamanca. A pesar de tener estudios y ambición profesional, la precariedad laboral obliga a Lita a recurrir a los todopoderosos señores de Santadoma en busca de una oportunidad en la banca propiedad del marqués. A medida que se sumerge en las finanzas de la empresa y en el pasado de esa riquísima familia, la joven descubre los orígenes de su fortuna y decide emprender una batalla legal en favor de la dignidad y la justicia.


Cuba, 1856

Playa de Jibacoa

Sobre la arena se apiñaba una muchedumbre compuesta por centenares de miserables. Los sollozos, los lamentos y los quejidos se estrellaban contra las órdenes de los capataces y el restallar de los látigos. Había allí setecientas jóvenes y niñas de origen africano, de piel negra y color chocolate; desnudas las más, harapientas otras, desnutridas todas, débiles, muchas enfermas. Lloraban desde el inicio de su infortunio, en África, tras ser capturadas en alguna de las numerosas guerras tribales. Lloraron a lo largo de su peregrinaje hacia la costa de Benín, unidas en largas filas por cadenas con argollas en cuellos y manos. Luego llegó una espera incierta, encarceladas en factorías junto al mar, para, al cabo de un tiempo, tras agruparlas en un contingente de hembras jóvenes entre las que se colaron unas decenas de niños, afrontar la terrible travesía hacinadas en la bodega de un barco rápido, un clíper, que en menos de tres meses acabó por desembarcarlas en la isla caribeña.

Más de un centenar de las consignadas fallecieron en el trayecto, y casi todas las supervivientes se vieron en la tesitura de tener que convivir con su agonía, sin medios para ayudarlas y sin palabras para darles esperanza, todas acostadas sobre sus propias heces. Creyeron agotar las lágrimas al dormir junto a sus cuerpos fríos mientras esperaban que el médico o algún marinero se apercibiera de su muerte, recogiera el cadáver y lo arrojara al mar para alimento de tiburones.
Sin embargo, Kaweka, de once años, se esforzaba por tapar el cuerpo de Daye, su hermana menor, en cuanto se abría la escotilla, la luz acuchillaba el ambiente pútrido de la bodega y descendía algún tripulante. Había prometido cuidar de ella. Le dio su palabra cuando las apresaron, y la consoló día tras día, reprimiendo sus propias lágrimas, su tremenda congoja cada vez que su hermana clamaba por su madre y se hundía en el dolor. La pequeña se le deshizo durante la travesía, entre los brazos; ella le habló, la acunó, le cantó al oído, con dulzura, olvidando las cadenas que las ataban, la animó con paraísos que sabía imposibles, pero la niña se apagó en unos días y dejó de contestar, de sollozar y de respirar… O quizá no. Tal vez no estuviera muerta, solo quieta, y respirase flojito, como era habitual en ella. Kaweka no lo sabía. ¿Y si solo durmiese? Los dioses eran caprichosos, eso aseguraban su madre y su abuelo. Daye podía despertar en cualquier momento. Algunas veces sucedía; eso le habían contado también su madre y su abuelo, pero ninguno de los dos estaba allí para curarla, como hacían con otros niños del poblado. Así que la cubrió con su cuerpo y trató de esconderla hasta que unas chicas mayores, más allá de la línea en la que se encontraban aherrojadas ella y su hermana, la delataron dos días después de esperar en vano el milagro.


1000 años de alegrías y penas
Ai Weiwei, Editorial Debate, Barcelona, noviembre, 2021.

Ai Weiwei uno de los artistas más famosos del mundo, es un creador que rebasa los límites del mundo del arte y ha logrado ser un fenómeno social, un valiente activista y un apasionado defensor de la libertad de expresión. En este libro de memorias habla por primera vez de los orígenes de su creatividad y sus ideas políticas, y explora con lucidez y agudeza la multitud de fuerzas que han dado forma a la China moderna; un ejercicio que además traza una extraordinaria historia del país durante los últimos cien años.
Las esculturas e instalaciones de Weiwei son admiradas en todo el mundo, y sus logros arquitectónicos incluyen la participación en el diseño del icónico Estadio Nacional de Pekín. No obstante, su disidencia lo ha convertido durante mucho tiempo en un objetivo de las autoridades chinas, lo que dio lugar a una detención secreta en 2011. Su padre, Ai Qing, uno de los poetas chinos más célebres del siglo XX y en su día amigo íntimo de Mao Zedong, fue calificado de derechista durante la Revolución Cultural, y él y su familia fueron desterrados a un lugar desolado conocido como «la Pequeña Siberia», donde fue condenado a trabajos forzados limpiando baños públicos. En esta obra, el artista relata su infancia en el exilio y la difícil decisión de dejar a su familia para estudiar arte en Estados Unidos, donde trabó amistad con Allen Ginsberg y se inspiró en Andy Warhol. Con franqueza e ingenio, detalla su regreso a China y su ascenso de figura anónima a superestrella del mundo del arte.


1

Noche diáfana
Una risa escandalosa estalla en el camino.
Una panda de borrachos sale del pueblo dormido,
Armando jaleo, hacia los campos dormidos
En esta noche, esta noche diáfana.
Versos de «Noche diáfana», escritos por
mi padre en la cárcel de Shanghái, en 1932 .

Nací en 1957, ocho años después de que se fundara la «Nueva China». Mi padre tenía cuarenta y siete. Durante mi niñez, mi padre casi nunca hablaba del pasado, porque todo lo envolvía la espesa niebla del discurso político dominante y cualquier indagación de los hechos podía provocar represalias demasiado terribles; no merecía la pena correr el riesgo. Cuando el pueblo chino se plegó a las exigencias del régimen lo pagó con la muerte de su espíritu y de la capacidad para contar las cosas tal como en verdad ocurrieron.

Tardé medio siglo en empezar a pensar seriamente en estas cosas. El 3 de abril de 2011, cuando estaba a punto de tomar un vuelo en el aeropuerto internacional de Pekín, un enjambre de policías de paisano se me echó encima. Pasé los siguientes ochenta y un días desaparecido en un agujero negro. Fue ahí, en mi encierro, cuando me puse a reflexionar sobre el pasado: pensaba, sobre todo, en mi padre, intentaba imaginarme cómo fue su vida entre rejas, ochenta años antes, en una prisión nacionalista.[1] Caí en la cuenta de que apenas sabía nada de aquel calvario suyo, de que nunca me había interesado de verdad por su vida. En mi niñez, el adoctrinamiento ideológico proyectaba sobre nosotros una luz tan invasiva e intensa que nuestros recuerdos se esfumaron como sombras. Los recuerdos eran un fardo del que convenía deshacerse. La gente no tardó en perder no solo la voluntad, sino también la facultad de recordar. Cuando el ayer, el mañana y el hoy se diluyen en un borrón informe, la memoria —salvo por su peligro potencial— no significa nada.


A fuego lento
Paula Hawkins, Editorial Planeta, Barcelona, septiembre, 2021.

El descubrimiento del cuerpo de un joven asesinado brutalmente en una casa flotante de Londres desencadena sospechas sobre tres mujeres. Laura es la chica conflictiva que quedó con la víctima la noche en que murió; Carla, aún de luto por la muerte de un familiar, es la tía del joven; y Miriam es la indiscreta vecina que oculta información sobre el caso a la policía. Tres mujeres que no se conocen, pero que tienen distintas conexiones con la víctima. Tres mujeres que, por diferentes razones, viven con resentimiento y que, consciente o inconscientemente, esperan el momento de reparar el daño que se les ha hecho.
Ambientada en el Londres de la actualidad, Paula Hawkins explora las razones últimas que pueden llevar a una persona que haya sufrido a matar, y lo hace a través de tres mujeres que se enfrentan a los prejuicios que la sociedad proyecta sobre ellas.


De ninguna parte
Julia Navarro, Plaza & Janes editores, Barcelona, agosto, 2021.

Abir Nasr es un adolescente que presencia, impotente, el asesinato de su familia durante una misión del ejército israelí en el sur de Líbano. Ante los cadáveres de su madre y hermana pequeña, jura que perseguirá a los culpables durante el resto de su vida.
Noche tras noche la amenaza de Abir irrumpe en el sueño de Jacob Baudin, uno de los soldados que ha participado en la acción mientras cumplía con el servicio militar obligatorio, enfrentándose al dilema de luchar contra enemigos que no ha elegido. Jacob, hijo de padres franceses, no deja de sentirse un emigrante en Israel e intenta reconciliarse con una identidad que le viene dada por su condición de judío.
Después de la tragedia, Abir es acogido por unos familiares en París, donde se siente atrapado entre dos mundos irreconciliables, el asfixiante núcleo familiar y la sociedad abierta que le ofrece libertad y que encarnan dos jóvenes: su prima Noura, que se rebela contra las imposiciones del integrismo religioso de su padre y Marion, una adolescente hermosa y vitalista, de la que se enamora de forma obsesiva.
Esta novela es un viaje a los confines de la conciencia de dos hombres que se ven obligados a vivir de acuerdo a unas identidades que no han escogido y de las que es difícil escapar, cuyas vidas se vuelven a cruzar años más tarde en Bruselas bajo el humo de las bombas con las que El Círculo, una organización islamista, siembra el terror en el corazón de Europa.
Una historia que hunde sus raíces en la naturaleza humana y sus claroscuros, y que nos invita a reflexionar sobre cada una de nuestras certezas.


El vigilante nocturno
Louise Erdrich, Ediciones Destino, Madrid, julio, 2021.

1953, Dakota del Norte. Thomas Wazhashk es el vigilante nocturno de la primera fábrica inaugurada cerca de la reserva india de Turtle Mountain. También es un prominente miembro del Consejo Chippewa, desconcertado por un nuevo proyecto de ley que pronto se presentará ante el Congreso. El Gobierno de los Estados Unidos califica la medida como «una emancipación», pero más bien parece restringir aún más la libertad y los derechos de los nativos americanos sobre su tierra, sobre la base de su identidad. Thomas, indignado por esa nueva traición a su pueblo y aunque tenga que enfrentarse a todo Washing­ton D. C., hará lo imposible por combatirla.
Por otro lado, y a diferencia de la mayoría de las chicas de la comunidad, Pixie Paranteau no piensa cargar de ninguna manera con un marido y montones de hijos. Bastante tiene ya con su trabajo en la fábrica, ganando apenas lo suficiente para mantener a su madre y a su hermano, por no hablar de su padre, quien solo aparece cuando necesita dinero para seguir bebiendo. Además, Pixie necesita ahorrar cada centavo para llegar a Minnesota y encontrar a Vera, su hermana perdida.
Basada en la extraordinaria vida de su abuelo, Louise Erdrich nos entrega en El vigilante nocturno una de sus mejores novelas, una historia de generaciones pasadas y futuras, de preservación y progreso, en la que colisionan los peores y los mejores impulsos de la naturaleza humana, iluminando así las vidas y sueños de todos sus personajes.


Sira
María Dueñas, Editorial Planeta, Barcelona, abril, 2021.

La Segunda Gran Guerra llega a su fin y el mundo emprende una tortuosa reconstrucción. Concluidas sus funciones como colaboradora de los Servicios Secretos británicos, Sira afronta el futuro con ansias de serenidad. No lo logrará, sin embargo. El destino le tendrá preparada una trágica desventura que la obligará a reinventarse, tomar sola las riendas de su vida y luchar con garra para encauzar el porvenir.
Entre hechos históricos que marcarán una época, Jerusalén, Londres, Madrid y Tánger serán los escenarios por los que transite. En ellos afrontará desgarros y reencuentros, cometidos arriesgados y la experiencia de la maternidad.
Sira Bonnard, antes Arish Agoriuq, antes Sira Quiroga, ya no es la inocente costurera que nos deslumbró entre patrones y mensajes clandestinos, pero su atractivo permanece intacto.


Aquella máquina de escribir no reventó mi destino. Me equivoqué al pensarlo cuando aún era joven e ignorante; cuando todavía no había archivado en mi memoria palabras como violencia, amargura, desolación o rabia, y era incapaz de anticipar los desgarros que la vida me tenía previstos. No, mi destino no lo trastocó un inocente mecanismo destinado a juntar letras. Ojalá hubiese sido así, pero el porvenir me reservaba un azar distinto. Trescientos cincuenta kilos de explosivos depositados en los bajos de un hotel en Jerusalén: algo infinitamente más siniestro.

El verano de 1945 nos trasladó al Cercano Oriente; atrás dejamos una España hambrienta y sumisa, y una Europa masacrada que iniciaba su reconstrucción con doloroso esfuerzo. Un año y unos meses antes, por convencimiento mutuo y para protegerme ante indeseables contingencias en mis funciones como colaboradora de los servicios secretos británicos, Marcus y yo contrajimos matrimonio en Gibraltar un ventoso día de marzo, con la Península a un lado y el norte de África al otro, los territorios dispares y entrañablemente cercanos que tanto significaban para nosotros.


Delparaíso
Juan del Val, Editorial Espasa, Barcelona, enero, 2021.

Delparaíso es un lugar seguro, una de las urbanizaciones más seguras, vigilado las 24 horas, lujoso e aparentemente inexpugnable. Sin embargo, sus muros no protegen del miedo, del amor, de la tristeza, del deseo y de la muerte. Ya que los habitantes de este exclusivo lugar se enredan con la misma facilidad que las de cualquier vecino. Detrás de cada puerta se esconde una historia diferente. Y cuando esas historias se cruzan el resultado puede ser como un coctel molotov.
Juan del Val dirige su mirada, lúcida e implacable, a este mundo tan hermético como inaccesible para construir una narración absorbente, a veces divertida y a menudo incómoda. Bajo su aparente sencillez, prácticamente en cada página el lector tendrá que enfrentarse a un dilema moral.


Luis Prado le da un beso a su mujer y siente que ella puede darse cuenta. Le pasa siempre lo mismo, pero la respuesta rutinaria de Eli le tranquiliza y su respiración vuelve a ser acompasada. «¿Qué tal el día?». Luis pasa por encima en el repaso de su jornada en Urquijo-Prado, el despacho de abogados del que es dueño junto a su cuñado Borja Urquijo, el único hermano de Eli. Luis Prado lleva haciéndose cargo de todo desde hace meses. Así tendrá que ser hasta que Borja se recupere, vuelva a trabajar y a ser el que era, si es que eso sucede alguna vez.
Eli Urquijo no quiere que nadie la llame Elisa. Casi nadie lo hace, salvo Luis, que cuando discuten, finge que no se da cuenta: «No me jodas, Elisa; deja de gritar, Elisa; no sé de qué me hablas, Elisa…». Eli se siente mayor. Primero empezó sintiéndose gorda y ahora se siente mayor y gorda. Así se ve ella. Nota que sus muslos se ablandan según pasan los días, gelatinosos, la piel se hunde y remonta hasta el siguiente hoyuelo. A veces se ilusiona mientras se aplica la crema anticelulítica antes de irse a dormir, estira la piel de los muslos con las dos manos dándoles una tersura instantánea, ficticia, que dura hasta que las manos dejan de hacer fuerza y a sus muslos vuelven los cráteres.
Es herencia de su madre. La primera liposucción hizo algún efecto, la segunda ya apenas se notó. Claro que en la primera era más joven, nada más nacer Cristina. La segunda se la hizo cuando llegaron los mellizos. Mañana cumplen diez años y ella no ha vuelto a recuperar su peso.
Sabe que le faltan por recuperar muchas más cosas y de vez en cuando tiene miedo de que ya no le dé tiempo. Mañana cumple cuarenta y cinco años. Su médico programó la cesárea para que Luis y Martina nacieran el mismo día que ella.


A propósito de nada
Woody Allen, Editorial Alianza, Barcelona, mayo, 2020.

Se trata de la autobiografía de Woody Allen, que está dedicada a su mujer Soon-Yi Previn, quien fuera la hija adoptiva de su ex, Mia Farro. En ella ofrece con todo lujo de detalles sus 84 años de vida, narra tanto su lado personal como profesional, y describe su labor en películas, teatro, televisión, clubs nocturnos y obra impresa, tanto libros como prensa.
Allen también habla de sus relaciones con familiares y amigos, y de los amores de su vida. Hace gala de su famoso sarcasmo, y tiene un destacado objetivo: defenderse de las acusaciones de abusos de su hija adoptiva Dylan Farrow.


Al igual que le ocurría a Holden, no me da la gana de meterme en todas esas gilipolleces al estilo David Copperfield, aunque, en mi caso, algunos pocos datos sobre mis padres tal vez os resulten más interesantes que leer sobre mí. Por ejemplo, mi padre, nacido en Brooklyn cuando aquello no era más que un montón de granjas, recogepelotas para los primeros Brooklyn Dodgers, buscavidas de billar americano, corredor de apuestas, un hombre pequeño pero un judío duro, que usaba camisas extravagantes y llevaba el pelo peinado hacia atrás, reluciente como el charol, à la George Raft. Nada de escuela secundaria, en la armada a los dieciséis, miembro de un pelotón de fusilamiento en Francia que ejecutó a un marino estadounidense por haber violado a una chica del lugar. Tirador condecorado al que le encantaba apretar el gatillo y que siempre llevaba una pistola encima hasta el día que murió, sin haber perdido ninguno de sus cabellos plateados y con una visión perfecta y superior a la normal. Una noche, durante la Primera Guerra Mundial, su embarcación fue alcanzada por un proyectil en las heladas aguas de Europa a cierta distancia de la costa. El barco se hundió. Todos se ahogaron, excepto tres tipos que nadaron varios kilómetros y llegaron a la orilla. Él fue uno de esos tres que consiguieron derrotar al océano Atlántico. Pero yo estuve así de cerca de no haber nacido. La guerra llegó a su fin. Su propio padre, que había ganado algo de pasta, siempre lo malcriaba y lo favorecía desvergonzadamente por encima de los retrasados de sus dos hermanos. Y lo de «retrasados» lo digo en serio. De niño, la hermana de mi padre siempre me recordaba a esos fenómenos de los circos a los que se llama «cabezas de aguja». Su hermano, un tipo débil y pálido que parecía un degenerado, recorría las calles de Flatbush vendiendo periódicos hasta que fue disolviéndose como una galleta descolorida. Primero se puso blanco, luego más blanco, luego desapareció. De manera que el papá de mi papá le compró a su marinerito favorito un coche muy llamativo con el que este se dio algunas vueltas por la Europa de la posguerra. Cuando volvió, el viejo, mi abuelo, ya había añadido unos cuantos ceros a su cuenta bancaria y fumaba cigarros Corona de los buenos. Era el único judío que trabajaba como viajante en una importante compañía de café. Mi padre empieza a hacer mandados para él, y un día, cuando estaba acarreando algunos sacos de café, pasa delante de un tribunal y ve bajar por las escaleras al «Niño» Dropper, un matón de aquella época. El «Niño» se sube a un coche y un tipejo insignificante llamado Louie Cohen salta sobre el vehículo y dispara cuatro tiros por la ventanilla mientras mi padre se queda ahí mirando. El viejo me relató esa anécdota muchas veces como si fuera un cuento para antes de dormir, y era mucho más emocionante que Pelusa, Pitusa, Colita de Algodón y Perico, el conejo travieso.


El mapa de los afectos
Ana Merino, Ediciones Destino, Barcelona, febrero, 2020.

La novela narra la historia de Valeria, una joven maestra de escuela que tiene una relación secreta con Tom, treinta años mayor que ella, que se enfrenta al dilema de los sentimientos y quiere entender el significado del amor. En el pueblo donde enseña, Lilian desaparece sin motivo aparente mientras su marido está en la otra punta del mundo. Greg, un hombre a quien le pierden las mujeres, frecuenta un club de alterne de los alrededores para ahuyentar su descontento, hasta que un día se ve descubierto de la peor manera posible.
Es a partir de momentos como estos en el transcurrir de una pequeña comunidad de la América profunda, que nos adentramos en los misterios cotidianos de sus habitantes. Las vidas de todos ellos no solamente se irán cruzando a lo largo de más de dos décadas, sino que estarán condicionadas por la fuerza magnética de los afectos, la aleatoriedad del azar o por la justicia poética que a veces nos traen los acontecimientos más inesperados.


La biblioteca de la luna
Francesc Miralles, Editorial Espasa, Barcelona, junio, 2019.

La novela discurre en un futuro más o menos cercano, en el que la sociedad y la tecnología han evolucionado. Verne, un joven licenciado en lingüística semita que trabaja en un call center de Los Ángeles, está enamorado de Moira, una ingeniera de telecomunicaciones que está trabajando en Exovillage, la primera colonia humana en la Luna, un centro turístico creado por un magnate llamado Kumar, destinado a grandes millonarios.
Ambos llevan muchos años siendo amigos íntimos, sin que Verne, llevado por su carácter introspectivo, se haya atrevido a dar el paso de declararle su amor; pero lo cierto es que desde que la muchacha partió a la base lunar, a la que la ata un contrato irrompible de 18 meses, se halla sumido en la desolación de no poder verla, limitando su contacto a mensajes electrónicos poco frecuentes, debido a las dificultades de comunicación con Exovillage.
Moira, por su parte, padece agudamente una especie de depresión que califican como “melancolía espacial”, que la hace sufrir mucho.
Ante la inminente apertura al público del complejo Verne presenta una solicitud de incorporación para personal auxiliar de restauración valiéndose de un currículum falseado. El joven logra trasladarse allí para ejercer de bibliotecario (en la Tierra se prohibieron los libros impresos para evitar la deforestación) y encontrará textos que buscan la perfección intelectual. Verne descubrirá que lo que le espera “allí arriba” no tiene nada que ver con lo que había soñado. Las extrañas aventuras que empezará a vivir en Exovillage, tras la misteriosa desaparición de su fundador, le revelarán aspectos desconocidos sobre Moira y sobre sí mismo.

1 HELLO

Querido Verne:

Antes de nada, quiero disculparme por haber tardado tanto en escribirte. Sé que te lo prometí antes de irme, pero las cosas no son nada fáciles aquí arriba. Hace ya tres semanas que llegué y hasta hoy no he tenido un instante de respiro.

Cuando no estaba mareada o vomitando, me tenían a full configurando esta maldita Exonet, que falla continuamente sin que sepamos por qué. Supongo que sucede con todo lo que se hace por primera vez. Mientras me paseo por estos tubos transparentes, como un hámster en su jaula, pienso a menudo en ti. Con el nombre que te pusieron tus padres, deberías ser tú quien esté en el Exovillage, si no fuera porque yo estudié telecos y por aquí no necesitan expertos en sánscrito.

En todo caso, no te pierdes mucho. Ninguno de los sesenta trabajadores que montamos el complejo hotelero puede salir afuera. Hay vehículos lunares, pero están reservados para los millonarios que empezarán a subir aquí en un mes, tras pagar las vacaciones más caras del sistema solar.


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