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El Nobel tiene su encanto [1ª parte]
Rolando Gabrielli
29/12/2015


La lotería del Nobel de Literatura sorprende al mundo de las letras con poco entusiasmo y no se vislumbra una figura que marque época en tiempos en que el Daesh es la estrella deslumbrante del terror. La ficción la escribe y reescriben estos acontecimientos que hacen saltar el planeta por el aire cada día en algún lugar de la Tierra. Ya hay países fantasmas que sobreviven a sus ruinas e inmigrantes que no sólo dejan sus tierras, sino sus vidas en el mar, en alguna frontera o en una ruta que tuvo un destino esquivo.

En tiempos en que la opinión pública está secuestrada por la información engañosa, la farándula, la vertiginosa ansiedad banal digital, la opinión de los escritores es letra muerta y la verdad se pudre en las redacciones mediáticas. Los hechos devoran distintos tipos de verborrea, que van de los poderes fácticos más poderosos a los cantos de sirena de algunas vedettes de las letras que se consideran iluminados portavoces de quién sabe qué intereses y proyecto de sociedad.

¿Son las voces de la Svetlana de alma bielorrusa, la del conflicto afgano-ruso, esas voces de esa parte del mundo soviético, sólo esas, sólo esas, las que conmovieron a la Academia, y no otras igualmente desgarradoras del concierto polifónico de este mundo de horror que pareciera tocar puertas falsas?

La literatura pareciera esforzarse por ubicarse en algún lugar del escenario global que atiende sus propias urgencias y se alimenta de los subproductos que crea, y con los cuales se divierte a su manera el público del siglo XXI, cada día más acostumbrado a leer oblicuamente el muestrario digital y su menú caleidoscópico.

Así arriba el Premio Nobel de Literatura 2015, ciento catorce años después de que un desconocido ganara el primer lauro de las letras universales. Los principales candidatos están en este anónimo collage de la madrugada. Puede que alguno obtenga el lauro, cuyos fondos vienen de la nitroglicerina.

El Nobel es el Nobel, tiene su encanto. No tengo idea de quién será el afortunado. Dejemos que la Academia Sueca se lleve esta exclusiva. Que otros pongan los nombres en el asador de las palabras y anuncien el nombre esperado.

Este año, por primera vez en la historia del más famoso lauro de las letras, el anuncio lo hará una ex croupier de casino, proustiana, devenida en mujer de letras, Sara Danius. Ya debe tener el sobre en sus manos, el nombre en su memoria y muy pronto en la punta de su lengua sueca.

No hay memoria ni palabra para la lista de grandes escritores olvidados. Las circunstancias son las circunstancias, dirán algunos. Los académicos son humanos: acierto y error. En esa filosofía se cuela el olvido por tantas razones. ¿Se podrá satisfacer a moros y cristianos? ¿Hacia dónde apunta la Academia?

Lo único cierto es que el galardonado lo sabrá minutos antes que se transforme en noticia mundial. Siria seguirá siendo noticia, el Daesh continuará en el ojo de la tormenta de los misiles rusos, el mundo permanecerá erizado como si le pincharan con alambres de púas y la poesía no se acabará, con o sin premio, se los aseguro.

Medalla de los Premios Nobel Sara Danius anunciando el veredicto del Nobel de Literatura 2015 La escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich

La cronista del Nobel

La Academia sueca se ha pronunciado y la casa de las apuestas del Nobel ya había escrito la crónica de un premio anunciado. El olfato del curso de las pistas que nos llevan al lauro sueco me guio a diseñar, a previas horas del esperado anuncio, este collage que puede ver cualquier lector de mi nota y que encabeza a colores la ganadora, la ucraniana-bielorrusa Svetlana Alexievich, sostenida por tres efigies doradas con el rostro de Alfred Nobel, el mecenas de la dinamita. No era necesario dar mayores pistas, la suerte parecía echada y así fue pensado el collage como un gesto premonitorio que hiciera con tanta vehemencia la casa de apuestas británica Ladbrokes y el contexto político internacional, para no irnos por las ramas de la historia contemporánea.

La Academia premió a la periodista por “sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”, y afirmó que ella consiguió “un nuevo género, un nuevo tipo de género literario”. Ella nos ofrece, según la Academia, una historia del ser humano que no conocemos realmente. En buenas cuentas, entre otras razones, los suecos han premiado a la Cenicienta de los géneros, la crónica, hoy ascendida al Olimpo. ¿Son las voces de la Svetlana de alma bielorrusa, la del conflicto afgano-ruso, esas voces de esa parte del mundo soviético, sólo esas, sólo esas, las que conmovieron a la Academia, y no otras igualmente desgarradoras del concierto polifónico de este mundo de horror que pareciera tocar puertas falsas?


La muerte con sus dientes de aserrín

En sí, esta decisión es interesante, incursionar más allá de lo tradicional, dar oxígeno a estos materiales que pueden tener más alas de realidad, presente, rescate de la memoria y de los restos diseminados en algún campo de batalla donde la vida se impone a su manera sobre otras vidas y la muerte asoma con sus dientes de aserrín, golosa, avasalladora, única. La crónica puede llegar a ser un pozo sin fin, rescatar, presentar, restaurar, ficcionar, presentarse como memoria de un archivo cruel. También la crónica está compuesta de fragmentos de un espejo roto que viajan por un caleidoscopio abierto a todas las posibilidades y a la única que ofrece el ojo de quien escribe y coge los hechos, las personas, relatos y la geografía del coro celestial que entonará con todos sus fragmentos.

Svetlana tan pronto recibió el anuncio de Estocolmo rayó la cancha y dijo de qué lado estaba, lo que para quienes la conocían no era ninguna novedad: “Respeto el mundo ruso de la literatura y la ciencia, pero no el mundo ruso de Stalin y Putin”.

La prensa mediática está de plácemes, tiene un viejo material aplicado y revitalizado al contexto actual y lo está disfrutando. Svetlana ha publicado 5 libros, uno en español; desconocida para los hispanos en general, y seguramente mirada ahora de reojo por el ojo de la cerradura de la “literatura dura”. Es difícil para un escritor asimilar este nuevo estilo de grabar cientos de entrevistas y reescribir las voces para que cuenten sus propias historias. Impensable para Gabriel García Márquez, un cronista excepcional, que a través de este género bastante marginal rendía homenaje a la literatura, a la palabra, a la imaginación, a la historia, al humor, a la poesía y al lector que vivía las historias, los acontecimientos, y los disfrutaba. Sin duda, un arte mayor que se reinventa a sí mismo, pero que es de vieja data y orillea la gran literatura sin desprenderse de su propia marginalidad ni gracia. El autor de Cien años de soledad consideraba a la grabadora un instrumento letal para un periodista. No las usaba por razones obvias: se fuga la atmósfera, el gesto y trascendido de las palabras, la verdadera voz del entrevistado, y el periodista se evade de ese pequeño escenario íntimo que le ofrece esa cálida relación personal. Crónica de una muerte anunciada y Relato de un náufrago son dos libros para hablar de crónicas, suscritos por este Nobel latinoamericano, desde el interior de la realidad y la ficción. El cronista no deja huellas, pulsa el inconsciente del lector.

Ryszard Kapuscinski, casi de nombre impronunciable, fue un notable, legendario cronista, y no llegó a la meta de Estocolmo, como Truman Capote que inventó el reportaje interpretativo con su libro A sangre fría o el cronista que noveló la Segunda Guerra Mundial y la guerra civil durante la España Republicana, Ernesto Hemingway, también Nobel.

La escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich La escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich La escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich

Borges y Bolaño no se habrían quedado callados

No sé qué dirían, si estuvieran vivos, Borges y Bolaño, o el lusitano Lobo Antunes, tres críticos ácidos del estado de la literatura mundial. El portugués Lobo Antunes dijo, días antes del fallo del Nobel, que sus libros nacían de la basura, y preguntado sobre el estado de la literatura señaló: “No es un problema de Portugal o de España. El problema es que hoy no hay grandes escritores en Europa; en Irlanda, quizás, pero no en Inglaterra o en Francia, que el pasado siglo tuvo a dos genios, Proust y Céline. En el siglo XIX tenías 20 o 30 genios en Europa”.

¿Y en América Latina?, le vuelven a interrogar: “En Latinoamérica sí los hay; en Estados Unidos no; aunque me gusta Cormac McCarthy. Es un problema general, no hay más que mirar quiénes ganaron los últimos premios Nobel”.

La crónica tiene sus propios códigos, se legitima a sí misma en sus forzadas jornadas de la supervivencia como género que cobra vigencia y se hace relevante. Una obrera de un oficio menor en otras épocas, pero lo que importa verdaderamente es cómo son contadas, tratadas, las historias, los hechos, los escenarios, los personajes, y éstos trascienden la mera anécdota, el simple relato plano, conversacional, cuya cotidianeidad es un subproducto anodino de la realidad. A la crónica no se la puede ganar una imagen, un cortometraje, la fotografía voraz que piensa que lo reúne todo, el sesgo, la arbitrariedad del cronista. Su arte es abrir una caja de Pandora y revelarla.

 Svetlana Alexiévich, La guerra no tiene rostro de mujer (1983) Svetlana Alexiévich, Últimos testigos (1985) Svetlana Alexiévich, Los chicos del zinc (1989) Svetlana Alexiévich, Hechizados por la muerte (1994) Svetlana Alexiévich, Voces de Chernóbil (1997)

Género camaleónico

Me gusta este género camaleónico que practico hace años, porque se esfuerza en encontrar la aguja en el pajar, en otras vidas, situaciones, escenarios, acontecimientos; pone pupila en los detalles sin importancia para algunos y me la imagino siempre que anda a pie por calles que conducen a otras calles sin nada preconcebido, con todo por descubrir, abierta al mundo de los sentidos.

La tragedia sigue siendo el primer acto de la humanidad, no avanzamos, en pleno siglo XXI al autoproclamado califa de todos los musulmanes, perteneciente al Daesh, Abu Bakr al-Baghdadi, se desplaza en caravanas por el desierto y ciudades en ruinas cortando cabezas, violando, secuestrando, como en los tiempos bíblicos, y después de tanto, por fin, la destruida Irak desde las cenizas da en el blanco en el convoy de ese escurridizo terrorista y de su banda criminal. La historia no se repite más porque no tiene tiempo. El desierto pareciera ser un ayuda memoria a la actual generación, que no deja de entonar los antiguos estribillos infantiles: Mambrú se fue a la guerra…

La crónica en América Latina, en la última década, ha mostrado su oficio, garra, enjundia, y no sólo es la delicada bailarina que encanta los escenarios doctos, académicos, sino también los arrabales, y entra en el corazón de la canalla, comparte la mesa desde la orilla de la palabra y la pone a brillar como piedras de profundas, duras soledades.

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DATOS DEL AUTOR:


Rolando Gabrielli (Santiago de Chile, 1947). Estudió Periodismo en la Universidad de Chile. Ejerció hasta el 11 de septiembre de 1973 en su país. Fue Corresponsal Extranjero en Colombia y Panamá (1975-79). Funcionario Internacional, experto en la industria bananera, encargado de estrategias para los ocho países de la región miembros de la UPEB, Editor de la publicación científico-técnica y económica, con circulación en 56 países, columnista de la revista alemana D+C (1979-89). Escribe para varios periódicos panameños como Analista Internacional y trabaja en el programa de la Unión Europea-PNUD, Tips On Line, mercadeo de oportunidades empresariales vía Internet. Asesor en estrategias empresariales, editor de Suplementos especializados, ha trabajado y lo hace actualmente en marketing. Autor de los poemarios Entre paréntesis, amor, y Los poetas de Chile, ambos editados en Colombia.