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El vacío siempre lleno de de Josefina Vicens
Eve Gil
03/06/2007


Un vacío siempre lleno
Maricruz Castro Ricalde y Aline Pettersson (editoras)
Tecnológico de Monterrey
CONACULTA, FONCA, 2006
157 pps.

La de Josefina Vicens es de esas obras que por poco que se reediten, es objeto del interés y hasta de la veneración de los críticos pero, muy especialmente, de escritores. Su novela, El libro vacío, primera de dos que conforman su magra producción literaria, es lectura obligada para quienes ejercen la escritura. Recientemente, el Fondo de Cultura Económica rescató y reunió en un solo volumen la obra antes citada y Los años falsos, novela que publicó más de veinte años después de El libro vacío.

La escritora tabasqueña nacida en 1911 y muerta un día después de su cumpleaños número 77, el 23 de noviembre de 1988, es el excelente pretexto que reúne a un grupo de escritoras e investigadoras en la antología crítica Josefina Vicens, un vacío siempre lleno, editada por una académica, Maricruz Cruz Ricalde, y una escritora asimismo prestigiada, Aline Pettersson, quien fuera amiga y alumna de la autora homenajeada. Y si bien la mayoría de los textos están firmados por académicas, hay que señalar que no se trata de complejos y sesudos estudios, sino de escritos sumamente ágiles y amenos que enfocan la vida y obra de Josefina Vicens desde múltiples aspectos, insospechados la mayoría. Así pues, no solo accedemos a la Vicens novelista, sino también a la guionista de películas memorables como por ejemplo Los perros de Dios; a la cronista de toros que firmaba como Pepe Faroles y a la activista que peleó por la causa de la dignificación de las mujeres en el terreno laboral, cosa que desmentiría su afirmación de no ser feminista quizá porque entonces la actitud misma de las feministas dejaba mucho que desear y Josefina fue, ante todo, una mujer prudente.

Maricruz Castro Ricalde, Aline Pettersson, Gabriela Cano, Adriana González Mateos, Rose Lema, Graciela Martínez-Zalce, Eve Gil, Enid Álvarez, Ute Seydel, Laura Cázares Hernández y la propia Josefina Vicens, componen este libro asombroso. Asombroso por el cúmulo de dudas que resuelve sobre la autora y su obra, pero sobre todo por las interrogantes que deja abiertas: ¿Vicens lesbiana? ¿Vicens feminista? ¿Vicens travestida? Lo único que queda claro, todas las autoras coinciden en ello, es que Vicens fue una combatiente de los estereotipos, aspecto que pudiera explicar cómo, al mismo tiempo que sus narradores varones son absolutamente verosímiles, divergen de la voz masculina tradicional de la literatura latinoamericana, y es que tanto José García de El libro vacío, como el Luis Alfonso de Los años falsos, repudian la prepotencia de los machos y la sumisión de las mujeres que los rodean. Al respecto nos dice Aline Pettersson en su bello texto anecdótico: 'Si bien es cierto que tuvo muchas amistades femeninas, no lo es menos que ella se sentía muy cómoda entre hombres. Admiraba su arrojo viril para ponerse en la vida y era discreta en público al comentar la actitud –que detestaba –de sumisa abnegación de las mujeres de su tiempo. De ahí, tal vez, la elección de narradores masculinos en su obra.' (p. 25).

A través de estos textos, reconstruimos a la enigmática autora de El libro vacío: muchacha clasemediera de la colonia Roma que determina ser libre e independiente, aunque sea estudiando comercio, única carrera considerada legítima para una ‘señorita bien’. Josefina saca el máximo provecho de sus estudios que sus actuales estudiosos consideran exiguos y a base de talento va escalando peldaños dentro de la burocracia llegando, sin duda, a padecer los mismos trastornos existenciales de su José García, un oficinista para quien el único momento excitante del día es cuando enfrenta la página en blanco de su cuaderno secreto. Pero lejos de lamentarse, y en esto sí poco se parece a su frustrado personaje, Josefina disfruta del trajín de oficina; disfruta sobre todo la noción de ganarse limpiamente el sustento. Su vocación literaria la llevará, no obstante, a explorar el periodismo y, posteriormente, el guionismo, ‘(…) Ganarse el sustento ‘con pasión’ era una de sus alternativas vitales –nos dice Maricruz Castro, haciendo hincapié en la mayor cualidad de Josefina, rara de encontrar en un artista, y ella indudablemente lo era: su carácter práctico, su renuencia a despegar los pies del suelo- (…) Cuando se le preguntaba qué había hecho en el cuarto de siglo que separa a El libro vacío de Los años falsos, ella contestó lacónica: ‘vivir’ (…)’ (p. 63).

Admirable el texto de la narradora Adriana González Mateos, más próximo al relato que al ensayo. En él establece las similitudes entre Josefina y su José García, basándose en una serie de fotografías de la autora. El que Josefina asumiera una actitud masculina, incluso en su arreglo, pudiera deberse no tanto a una orientación sexual (aunque Adriana es bastante franca al respecto) como a un afán de escapar a los estereotipos de feminidad y masculinidad, como hemos apuntado con anterioridad. En la época de Josefina, una mujer no podía permitirse el lujo de ser ‘femenina’ y al mismo tiempo desarrollarse en un ambiente de hombres y ser apreciada por sus dotes intelectuales, y esa podría ser la explicación de las grandes solapas, el pelo corto y la pipa de la escritora. No obstante, su prudencia, su virtud más alabada por quienes la conocieron, le impedía abrirse demasiado. A decir de Adriana, la también llamada ‘Peque’ protegía ante todo su intimidad y de ningún modo hubiera participado en una marcha del orgullo gay o algo semejante, aunque sus desplantes pudieran desvelar el lado secreto de su personalidad. Josefina ni siquiera se amedrentó cuando, en la época en que firmaba sus crónicas taurinas como Pepe Faroles, fue requerida por el ofendido admirador de Carlos Arruza, sobre quien la cronista había escrito algunas líneas plenas de ironía. Cuando lo que el lector encontró fue una mujercita pequeña y delgada, esta lo encaró diciendo: ‘¿Cuándo empezamos?’

Un vacío siempre lleno incluye, además, un relato de Josefina nunca publicado en forma de libro, posiblemente el único que escribió, titulado ‘Pepita’, escrito a partir de la impresión que le causó el retrato de una niña muerta surgida del pincel de Juan Soriano, pintor que tuvo oportunidad de tratar a las más admirables escritoras mexicanas del siglo XX: ‘Cuántas veces –escribe Vicens en ‘Pepita’ -, cuando el pintor en un gesto automático extiende la mano para tomar un cigarro, yo siento que de ella se cayeron y se perdieron para siempre la manzana o la rosa perfectas. Y cuántas veces a solas he violentado, he torturado mi mano para que produzca una línea grandiosa, un pequeño, ágil trazo…’ Incluye también varios poemas inéditos.


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