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Una isla
Javier Munguía
12/12/2007



No es un momento. Es El Momento. Preservado contra los recuerdos, los Acontecimientos. Preservado contra la convulsión de lo actual, contra la marea inclemente de otra piel sobre la cama, sobre la mía. Preservado contra la rabia, sobre todo. Contra una rabia que intenta comérselo todo, no dejar vivo un fabuloso y pequeño pez, uno apenas, siempre uno, que todo lo atraviesa, que va corroyendo las gracias minúsculas, la resignación, el apuro de la copa vacía casi.

Pero Fátima. Eso dije. Pero Fátima. Fue la última vez que la vi.

Uno debía intentar algún recurso, decir dos o tres palabras, sabiendo que no habría forma, sabiéndolo desde el principio, y sin embargo lanzando el anzuelo más risible, el más básico, hasta sentir que, de un solo movimiento, uno agotaba todas las opciones, y así llorar para siempre, por fuera y por dentro, sin cansancio, sin remordimientos.

Pamela debió verlo en mis ojos. Debió verlo en mis brazos, en mi pecho, en mi sexo. Yo naufragaba en sus costas con el hambre de todo abandonado, con la risa discreta de quien vuelve. Pero ya estaba marcado.

El lugar no importa, ni los años vencidos. Importa el que, apenas conocerme, me alargó la mano y además me tendió un beso. Minúsculo, sí. Muy pequeño. Pero cálido, quemante. De esos besos que uno sabe, sin saber cómo lo sabe, que preceden a algo. Hola yo soy Fátima mucho gusto me dijo de un tirón. Y se quedó incrustada en mi cuerpo.

No quiero hablar de Pamela. No más. La amo, por supuesto. No quiero hablar de casa, auto, hijos, cama. No aquí, no ahora. Siempre hay tiempo para hablar de todo eso. No quiero hablar sobre el milagro real, concreto. No quiero hablar sobre lenguas trabadas en tierno combate, sobre sexos amistados por el rostro contra rostro, piernas enlazadas por cosquillas y hastío en la misma medida. No quiero hablar de eso.

Comíamos una nieve. O caminábamos. Algo de algo. Cualquier cosa. Dijo: una vez. Dijo: una playa. Dijo: tú y yo. Dije: por supuesto. Y me desmoroné por dentro.

Quiero decirte. Pero no sé cómo. Eso le dije. No digas nada, me dijo. Pero no como diciendo: no quiero saberlo, guárdatelo. Diciendo: lo sé. No se acercó. No me dio un beso. Esperó, sonriendo, a que yo me acercara. Pero yo no podía moverme. Ella esperó hasta que al fin me puse en pie, caminé hasta ella, rocé su mano con mi mano, sus labios con los míos. Y fue como hundirme en un mar callado, en un mar discreto, pero apabullante. Me senté junto a ella. Recargué la cabeza en su hombro.

Yo no soy esa, dijo. Yo no soy esa Fátima que eslabonas, pieza por pieza, cada noche. No soy siquiera la mirada gorrión y pantera que admiras en este momento. Yo soy una mirada como otra mirada. Pero de algún modo también soy ella. Ella es más real que yo. No quiero que la pierdas. Nunca. Piérdeme a mí, pero a ella guárdala. Protégela. Llévala siempre en ti.

Arena. Arena interminable, tibia. Sus dos pies y los míos horadándola con huellas efímeras, con heridas abiertas de por vida. Arena y el rumor húmedo. Un rumor que susurra secretos que uno no entiende.

Un lugar apartado. Arena. Tarde. Un lugar solitario y virgen. Un beso.

Me quitó la ropa. La camisa, primero. Los pantalones, luego. Todo. Sin mirarme. Desviando la mirada. Y me pidió, sin decirlo, que la desnudara.

No miré sus pechos, pero los vi suaves y tibios. No miré su vientre, pero bebí, uno a uno, sus cálidos sabores. Sin tocarla.

Me miró el rostro, solo el rostro. Me tomó de la mano. Caminamos. La brisa revolvía nuestros cuerpos, los acariciaba. Y luego, el secreto se revelaba sin entregarse.

Sentados en la arena. Su mano apretaba delicadamente la mía. Pero con firmeza. Sin mirarnos. Unidos solo por ese contacto.

Ella sintió mis labios recorriendo su cuello, sus pechos, su sexo. Ella me sintió entrar con lentitud, estremecido de los pies a la cabeza. Yo me sentí recorrer un cuerpo que era una brisa. Sin tocarnos.

El Momento. Arena. El mar. El sol tímido. Las nubes. Dos cuerpos. Tomados de la mano. Ella y yo. Yo y ella. Escindidos para siempre del antes. Del después. Solo ella y yo en ese Momento. Y nunca más. Solo eso.


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Para saber más


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DATOS DEL AUTOR:


Javier Munguía (Hermosillo, Sonora, México, 1983).- Escribe actualmente cuentos de nostalgia y ruptura para Modales de mi piel, su tercer libro. También batalla con su novela Hambre, que espera tener el valor de continuar y concluir. Ha publicado los libros de cuentos Gentario (2006) y Mascarada (2007). Quiere ser un buen escritor.