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Eva o la mujer que dijo no
Karen Á. Villeda
02/08/2007


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Eva le dice que no a Adán. El hombre siempre la ve caminar entre vueltas boscosas, por las esquinas de cualquier lugar. La enfoca y se olvida del encuadre llamado razón. Adán piensa en la gloria. Eva piensa en los infiernos bíblicos y reniega del tacto. Después se incluirá, quiera o no, porque es mujer, porque es el peso de su historia, porque lo tiene escrito en la sangre: amarás.

Porque Eva fue concebida. Engendrada, no creada de la misma naturaleza del Padre, por quién todo fue hecho. Y que, por su salvación, el Adán bajo del cielo. Fue (es y será) crucificada en éste y en todos los tiempos de relatos usados, padeció (padece y padecerá) y fue (es y será) sepultada.

Ella quiere que le besen los pies. Que la ahoguen en sudores. Ella desea el cuerpo rojizo de Adán, del mismo color de las manzanas de las que siempre huye. Desde que era niña y su madre le decía que no debía dejarse morder por una serpiente, le prohibía treparse a los árboles del inmenso patio para sus ojos oblicuos. Siempre encerrada con sus senos, necios.

Se muerde el labio inferior, ansiosa. Eva se ha dado cuenta. Eva busca el aliento del Adán que aún no la besa, que aún no la toca, que aún no la siente. Él sólo la mira. La ha mirado, entonces, desde siempre. Desde que ambos nacieron. Él para poseerla. Ella para tolerarlo. Porque Eva fue creada por un par de costillas imaginarias de un Adán infeliz, en el paraíso de un Dios inexistente. Que nunca existirá.

Eva desea entrar al jardín de las delicias. Eva no sabe que al despertarse a un lado de Adán volverá a tener el cuerpo vejado. Ellos sólo viven para el árbol que sostiene el Cosmos. Pero lo que no entiende es que la serpiente está a su servicio; en busca de la destrucción de su propio Universo. Adán piensa que la orfandad es inexistente; el abandono es imposible. Piensa que siempre ha sido deseado, que los abrazos tan eternos y amorosos desde su nacimiento lo apegan al seno y al vientre de Eva.

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Un descanso dominical. Es domingo, día sagrado, día siete. El Domini Illuminati. Domingo de Ramos. Domingo de fecundación. Santificarán su fiesta arrebatándose el cuerpo, rompiéndose los dedos y atragantándose sus fluidos corporales. Se olvida que Eva padece de hidrofobia (se debe a su educación laica, hemos de suponer). Odia el agua bendita de su Adán, de su Judas, de su Cristo. Escribirán un nuevo testamento entre sábanas. El recreo de la luz y de un Génesis.

El enemigo que odia está enfrente, conducido por los méritos de su pasión y la cruz de ella.

Y se hace la luz.

Eva sigue buscando el milagro pero ella no se deja buscar.

Se libra la batalla de la creación. Se están leyendo pasajes del primer libro bíblico. Entona el introito con su juego sensual.
A veces dice todo sin decir mucho, sin decir nada. Sin decir: Adán, ¿dónde estás? En la nada. Y él está sobre ella. Eva se sumerge en la nada de Adán. Insegura, fastidiada. No se da cuenta de los detalles de esas cosas, distraída. Habla de estrellas fusiladas y orgasmos imperecederos mientras escucha a los demonios de las paredes. Se delata ella sola, se acuerda de oraciones y plegarias desencontradas. Se le ha olvidado hincarse. Eva, con su nombre terrenal y las huidas de manzanas rojas comete un sacrilegio. El plexo solar es infernal en la Tierra, aunque comparado al de su inframundo, sólo le queda rezar: No me dejes caer en la tentación, no me dejes caer en tu tentación. No me dejes caer con la Nada (Adán escrito al revés).

Eva vuelve a decirlo. Otro no. Diferente el tono, símil de la significación perenne. Renovada, Eva se aleja del Adán. Se aleja de Dios, se aleja del Diablo. Eva siente que sabe más que Dios mismo cuando está en su soledad desencontrada. Que es omnipotente. Que lo sabe todo.

***

Adán inclina la cabeza colocando esa mirada hacía sus pies y a Eva, de repente, y se le desvanece todo lo que había anidado su cabeza. Se ha rendido, nuevamente para pasar al miedo. Eva lo resiente en ese mismo paso, en la escalera fija y en una mano prometedora. Adán procura recostar su cabeza en el vientre de Eva, a ratos. Para sorber esa codicia de huida, para calmarla.

Eva siente que lo ha vencido. Pero aún tiene miedo de ciertos días, de otros meses, de las estaciones ajenas. Adán puede ser su mensajero divino. El enviado para fastidiarla, para entorpecerla, para cegarla y arrebatarle sus pasos. Eva busca al poeta. Busca a la flor y sus posibilidades infinitas. Busca a la mujer. Eva busca, a todas horas, a un Adán que no existe y sin embargo está presente. Su frente es la misma. Lo maldice. Se busca ella, también, a todas horas y se maldice. Maldice a su madre que la parió.

Comienza a tocar el cuerpo de su dios.

Eva sonríe mientras repasa los cuatro Evangelios. El libro de la palabra de Dios está en Adán. Su Mesías la penetra. Santa es, santo es el Señor, Dios de las alturas y un Aleluya se escapa de su boca. Se gesta hasta el final de la creación. La costilla arrancada no es traicionera, no puede serlo, viene de Adán.

Otra complicidad, otra misa, el mismo tañido de las campanas y la misma Eva que asciende a los cielos.

Eva está sentada a la derecha del Padre, inundada en su lago artificial.

Adán se acerca. Trae un crucifijo. Trae una corona de espinas.

Eva se levanta

****

Eva canta In Gloria Excelsis Deo mientras la flagelan. Aprieta las cuentas de su rosario de madera. Le colocan clavos en las muñecas y en sus pies. Comienzan a sangrar esas llagas nacientes. Son heridas vírgenes.

Después de proferir un Hosanna se da cuenta de que Dios la ha abandonado. Y dice: 'Perdónalo, Señor, que no sabe lo que hace'. Su rugido de ojos inyectados y el ruido seco de un golpe se agolpa en sus oídos. Ha blasfemado. Y luego el Adán se convierte en Judas y compra su cuerpo por unas 30 monedas (que no son de plata, pero están corrompidas). Ya ha dado el diezmo. Entonces se aparece el Cristo, sólo que ella es la crucificada y no la virgen María. Y él tampoco la salva.

Huele el incienso y la celeridad del momento. Tan fúlgido.

Los ojos no decían para siempre en esa noche, Eva. No, no lo dicen nunca. Sólo tú te lo figuras. Y a fuerza vivir de suposiciones, esa imaginación te está matando del dolor. Él no te ilumina, Eva. ¿No lo entiendes? Él sólo resurge para asustarte.

Con sus afectos demolidos, Eva se recuesta con su temblor y el cuerpo hecho ruinas. Perseguida por la agresión eterna, salvó la vida y está en su tumba con la piel remendada. Se acuerda del Vía Crucis anterior y sólo quiere dormir. Ha sido lapidada su alma con sus cicatrices zurcidas.

*****

Al octavo día de ficciones (día en que Dios no está, no trabaja, sale a descansar), cuando abre los ojos, es el mismo cuerpo. Eva seducida, Eva seductora. Ella sabe que quién coma del Árbol de la ciencia no morirá, sino que será como Dios. Eva distingue el bien y el mal, y Dios la expulsa del paraíso mientras se arrastra hacia su hombre por su deseo. Besa al Adán dormido y rasga con las uñas esa herida cosida por la mano de Dios y sus hilos divinos, hiriéndolo. Las costillas están en el barro del cuerpo, ahí siguen. En ese fango de aversión, Eva ha sido condenada a parir hijos malditos.

Un Satanás está en ventre sa mère. En su vientre. ¿Multiplicará los peces?, ¿caminará sobre las aguas? ¿Curará tullidos y ciegos? ¿Salvará prostitutas? ¿Se acostará con Evas? ¿Será Caín, será Abel? ¿Traidor o traicionado? Su madre, que no es la virgen María, santificó la casa y concibió a otro Hefesto sin ayuda. Piensa arrojarlo al océano putrefacto.

Ya, Eva, tampoco eres María. Ni Hera, ni Perséfone. Ni Parvati ni Kali. Ni Astarté. Ni Izanami, ni Amaterasu. Mucho menos Lilith. Sólo sabes de matanzas y Diosas.

Él, en cambio, es Dios. Es el Diablo. Es Zeus y Hades. Es Shiva-Rudra. Es Bal. Es Izanagi, es Adán, es...

Lo amas tanto que se convierte en odio. Se te olvida que a Él (o él) sólo le gustan esas cosas porque las puede romper.

Se hace la oscuridad.

Eva cierra los ojos otra vez.

Eran mortales, era verdad.

El sanctosantorum se desmorona.




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Para saber más


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DATOS DE LA AUTORA:


Karen Á. Villeda (1985). Autora de La caja de los recuerdos o la instrucción para recordarnos. Ganadora del Premio Estatal de Poesía Dolores Castro 2006 con Prostituta de estreno (ex-virgen a punto de suicidarse) y del IV Premio de poesía para niños Narciso Mendoza. Estudiante de Relaciones Internacionales en el Tecnológico de Monterrey, campus Ciudad de México. Colabora en Complot y ha publicado poemas en revistas como Arquitrave. Su poemario, Leopoldo y los siete gatos, aparecerá pronto bajo el sello editorial de Alfaguara Infantil.