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Enloquecido periplo
Elena Méndez
10/05/2017



Federico Traeger,
Cuando todo era para siempre,
Col. Narrativa Hispánica,
Alfaguara,
México, 2017,
240 pp.



Federico Traeger (Ciudad de México, 1958) era apenas un adolescente en los años setenta, época en la que ubica su novela Cuando todo era para siempre (Alfaguara, 2017), en donde se narra el enloquecido periplo de los Voorman, quienes súbitamente resultan billonarios al heredar una fortuna familiar.

Traeger, proclive a las tramas picarescas, pretende hilvanar una sarta de situaciones caóticas, dignas de un Xavier Velasco diabloguardanesco y empeñado en explicarlo todo.

“Poderoso caballero es don Dinero”, afirmaba Quevedo. Acá en México se dice “Con dinero, baila el perro”. Es así como, pese a ser unos improvisados, logran realizar sus despropósitos, pues se apresuran a despilfarrar lo encontrado en el “laberinto gris” de sus excéntricas tías recién fenecidas, Gerta y Greta.

Entre sus muchas posesiones, les dejan un gabinete de maravillas y un asistente al cual adoptan, llamado Florian, hermosísimo ejemplar de raza aria (guiño a los Lebensborn), cuyo único defecto es ser franco y exasperarse por las barrabasadas de los Voorman, en particular, de Fernando (el narrador-protagonista) y el Nenito, quienes serían, en estos tiempos, unos totales mirreyes.

El primero incursiona en la música; el otro, en el cine, llevados por sus impulsos falocéntricos.

La madre y el padre no se quedan atrás en sus ocurrencias: la madre se hace de un viñedo –según ella, el colmo del refinamiento-; el padre, de un equipo de futbol –del cual es fanático irredento- y de un circo –por razones supuestamente altruistas-.

Esto último remite al manicomio convertido en circo que aparece en Rayuela. Sólo que aquí se omite la alusión a la clínica mental, pues tanto los Voorman como su corte de lambiscones están locos.

Más de una vez me pareció que esta obra hiperbólica, rocambolesca, fársica, poseía tintes fellinianos: hay un gusto por el absurdo, escenarios y momentos extravagantes, mujeres-objeto conformes con serlo y un horror vacui interior que siempre pretende llenarse con algo o alguien.

A decir del autor, esta es una novela “sicodélica”, una “sátira”. Vaya que sí. Es sicodélica no sólo por su portada kitsch, estridente, sino por los alucinógenos que los chicos Voorman y compañía se meten alegremente y las consecuencias que de ello se derivan.

En cuanto a la intención satírica, los Voorman son una alegoría del mexicano racista, elitista, malinchista, acomplejado, embriagado de prepotencia al escalar socialmente.

Líneas arriba mencioné que la obra se ubica en los años setenta. Algo hace sospechar que, de haberse ubicado en esta época, los jovenzuelos y sus damiselas se habrían sentido bastante cómodos en un reality como Acapulco Shore, donde alcanzarían la fama a través de la infamia.

He leído cinco de los siete libros que ha publicado Traeger. Considero que tiene mayor fortuna en el género novelístico que en el cuentístico. Sin embargo, tras leer esto, me queda la sensación de hallarme ante una obra ininteligible, donde sólo faltó que los personajes fumaran del opio o comieran de los hongos de la mismísima Alicia en el País de las Maravillas. Cosa verosímil, ante tanta inverosimilitud aquí reunida.

Recordará el lector la fábula de “El traje nuevo del emperador”. Pues bien: aquí las palabras son el material con el que habría de hacerse el traje; el autor es, a la vez, el sastre y el emperador; y el traje, en este caso, la novela, no se ve por ninguna parte.

Cabe añadir que Traeger ha declarado que Iván, protagonista de su libro anterior, Haz el amor y no la cama (2013), gigoló y negro literario de su patrona: “Es el Federico que me hubiera gustado ser”. ¿Acaso Fernando Voorman es otra proyección, otro wishful thinking del autor? Puede que sí.


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DATOS DE LA AUTORA:


Elena Méndez (Culiacán, Sinaloa, México, 1981). Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Narradora y periodista cultural. Autora del volumen de cuentos Bipolar (Linajes Editores), considerado por el crítico literario Ignacio Trejo Fuentes como una de las mejores obras de narrativa mexicana publicadas durante 2011.