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Che Guevara, hombre de todos los comienzos
Rolando Gabrielli
26/10/2007



40 años atrás el guerrillero fue asesinado en Bolivia y entonces comenzó el mito.

SE NACE UNA sola vez en la vida, pero el Che nos demostró que nunca se muere.

Un hombre de principios es una punta sin fin, y sólo puede estar detenido en algún punto de una carretera.

Un hombre puede ser un punto en la geografía humana, un grano de arena en la especie, pero también un eslabón de una larga, firme e interminable cadena.

      

Hombre de todos los comienzos, de la última prueba, del quedarse con una sola muerte. Quince palabras rotundamente definitorias, del poeta cubano José Lezama Lima, en una de esas páginas casi olvidadas de la historia de Nuestra América.

No hay muerte cuando la muerte se enamora tanto de un vivo, aún después de su muerte y quiere seguir matándolo por encargo, aunque esté convencida que seguirá viviendo.

El mayor icono de toda la historia de América latina, han dicho del Che los ingleses, expertos en otorgar títulos de caballeros y de nobleza. Sin duda aciertan en el mito, la figura insobornable, heroica hasta el último minuto de su existencia, el hombre asistido por su coraje en la escuelita de La Higuera, en la selva boliviana, aquel día de cotubre de 1967.

La biografía de un hombre es más que sus fechas de nacimiento y muerte. Su inicio puede ser un 14 de junio de 1928, en Rosario, Argentina, pero es apenas un dato, una referencia visible que lo ubica entre nosotros. Como el asma que le acompañó hasta sus últimos días.

Una vida es única, valiosa por lo irrepetible. Todo lo demás pareciera accesorio, como la gloria, porque lo siempre viene, es la vida por delante.

Una vida no puede resumirse en unas cuantas páginas, ni en muchas, y menos cuando nos referimos a un hombre de acción. Es que ahí las palabras son una mera referencia, una mirada sobre un acantilado, el vaho que expulsa una boca en una madrugada llena de esperanza. La acción es otro Verbo, y Ernesto Guevara de la Serna, médico de profesión, argentino de nacimiento, inclaudicable luchador de la justicia social, encarnó la fuerza de la acción convertida en Verbo.

Ese vaho lleno de temor y esperanza, pudo nacer quizás el 5 de junio de 1956 cuando el azar lo escogió entre los 12 del Granma, en la playa de Las Coloradas.

A partir de allí, entró a la historia como un ciclón, o la historia se llamó Che Guevara. Expedicionario, Comandante, Ministro de Industrias, Guerrillero en el Congo y finalmente en Bolivia, donde lo asesinan recostado frente a una pared, herido en un combate final en el callejón infernal de su vida, en ese cañón de la selva boliviana incrustado en la nada, laberintos gelatinosos de los Andes, marcados por la belleza y el respeto de la soledad y el sacrificio.

      

‘...Salimos los 17 con una luna muy pequeña...comenzaba el relato de la última página del Diario del Che, el 7 de octubre. Al día siguiente caía herido en la quebrada El Yuro, apresado y asesinado.

' Se cumplieron los 11 meses de nuestra inauguración guerrillera sin complicaciones, bucólicamente; hasta las 12.30 horas en que una vieja, pastoreando sus chivas, entró en el cañón en que habíamos acampado...’ describía en su página final en el Diario, documento que, en nuestra opinión, refleja todas las vocaciones humanas del Che, su coraje, solidaridad, humor, sencillez, tenacidad, su vocación latinoamericana, la pasión por la vida, la libertad, la aventura, sus sueños, esperanzas, convicciones.

Con su letra menuda, sus días marcados por el asma, vómitos, diarreas, va registrando sus 11 meses por la selva boliviana. Ningún detalle escapa a sus ojos, sentimientos y preocupaciones. El lugar era un naranjal lindísimo, describe un sitio, el 23 de septiembre. Recuerda el cumpleaños de hijos, humaniza unos días en que sólo queda un pan de manteca.
El Diario es un claro ejercicio de humanismo: ¡cuando desperté en la hamaca, estaba cagado como un niño de pecho, hiedo mierda a una legua’, describía después de un ataque de asma y de una comida que le había hecho daño.

Gonzalo Rojas, poeta chileno le dedica unos versos memorables en Octubre ocho.

Así que me balearon la izquierda, ¡lo que anduve
Con esta pierna izquierda por el mundo! Ni un árbol
Para decirle nada, y víboras, y víboras,
Víboras como balas, y agárrenlo y reviéntenlo,
Y el asma, y otra cosa
Y el asma, y son las tres. Y el asma, y el asma, el asma.
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Lo mío -¡qué es lo mío?- :esta rosa, esta América
Con sus viejas espinas. Toda la madrugada
Me juzgan en inglés. ¿Qué es lo mío y lo mío
Sino lo tuyo, hermano? La cosa fue de golpe
Y al corazón. Aquí
Va a empezar el origen, y cómanse su miedo.
Así que me carnearon y después me amarraron.
A Vallegrande -a qué. ¡Y en helicóptero!
Bueno es regar con sangre colorada el oxígeno
Aunque después me quemen y me corten las manos,
Las dos manos.
Dispara sin parar
Mientras voy con Bolívar, pero vuelvo
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