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Email a Roberto Bolaño, en algún lugar de la Mancha (1ª Parte)
Rolando Gabrielli
25/06/2012


Las cenizas van al Mar Mediterráneo,
que es el vivir.


Rolando Gabrielli©

La Diáspora es un lugar bien berraco en el ninguneo, donde se nace y muere, pero se crece como en un saco roto sin fondo ni punta, el vacío pesa y la voz se siente en off. Extranjero, dijiste, siempre, en realidad se sale una sola vez del vientre y no se vuelve más que otra vez, pero en forma definitiva, sin regreso, más bien para adentrarse más y más al fondo de lo inminentemente oscuro, otra matriz sin duda, que no será necesario abandonar. (Si Chile suena, es porque piedras trae).

Es como la reversa y te vas despidiendo en el adiós final, sin pañuelo, sólo con tu epitafio preferido y a pudrirse en el mañana con el polvo de las estrellas.

No es el momento ni el lugar, este paréntesis, para meter el dedo en el tintero y untárselo en el guardapolvo al mejor alumno de la clase, más bien rascarse la cabeza frente al ordenador, y no explicarse tu partida, aunque a este país de tránsito, no nos llegaran más que tus puteadas e ironías bien pulsadas, respecto de otros colegas latinoamericanos, y en especial los chilenos. Ácido hasta el final, un camino que es un túnel, al que se entra para no salir. Es un motor en marcha, difícil de apagar.

    

Más autobiográfico de lo deseado por él mismo, referencial, y con su bombo personal, como debe ser. Pero supo agregarle dientes y muela a la literatura chilena, para que tuviera donde agarrarse. El trapecista de Hamelin que la literatura chilena esperaba con su flauta, que algunos ratones tocaban airosos en la fiesta del marketing, con ese oficio triunfal de pasarela, una estudiada manera de sorprender a la audiencia a la hora del crepúsculo nerudiano.

Así son los días también, como una neblina en la espesa cotidiana realidad. Me sorprenden, en momentos en que duermo en mi cama con dos docenas de libros, producto de un ataque de comejenes furibundos, al techo de mi casa, sobre la hilera de la repisa del librero, reducto de una sagrada intimidad vulnerada por los amos despiadados de la tierra y los cielorrasos. Devoradores insaciables de madera y papeles, malos lectores, comejenes del demonio, me digo, y aquí están sobre el lecho tibio, casi impreso, entre otros libros, hace una par de semanas, el cubano Eliseo Diego, Martín Fierro, Rayuela, El Quijote con dibujos de Doré (casi dos mil páginas), Las Mil y Una Noches, Borges, Lihn (Diario de Muerte) Poeta en Nueva York Piglia, Carpentier, Mutis, Rulfo, Rosamel del Valle, T.S. Eliot, diccionarios, en fin, y Los Detectives Salvajes.

Los Detectives Salvajes, entraron al Istmo, como una especie de contrabando literario a un muy buen precio: más de seiscientas buenas páginas por 7 dólares. Yo me matriculé con un ejemplar, que tuve que hacer bajar del sitio más alto del drugstore. Ya medio leído, porque el primer requisito de un escritor es escribir, y después viene el placer de la lectura por añadidura, sobre todo cuando ya pasaste los 50 años.

Esto de ser inédito eternamente es un doble trabajo (mérito además), un oficio secreto, especie de borrón en el aire, sin comienzo ni fin. Estas son vainas (palabra caribeña fuera de contexto quizás) personales que te cuento, para que sepas que no todo es gloriola como dijo Huidobro, y también se deja de existir cuando los libros no son impresos y no llegan al lector. Estoy pensando que alguien me borra de noche las páginas que escribo de día, porque esto de la escritura es un cuento de nunca acabar, largo como un río que se devuelve en las madrugadas para volver a empezar o nacer.

    

Siempre estuve de acuerdo con echarle más leña al fuego de la literatura pacata, coja y bizca, y ese tábano tuyo, Roberto, te estoy tuteando desde el principio, algo que me cuesta, pero aquí si cabe en el aprecio y la verdadera distancia, picó fuerte, tan necesario en algunas nalgas rosadas, pudorosas, fruncidas, afrancesadas, llenas de naftalina, simplemente señoriales.

Es que si no, una marcha castrense tiene más sentido literario que algunos textos, verdaderas cubiertas de mármol, lisas, planas tipografías erráticas, de plagiadores del insomnio. Borges fue un ejemplo de burlarse de lo propio y ajeno, de regalarle sus ojos al mundo. Eso fue el colmo de las ganas de que otros vieran su mismo paisaje porteño y universal.

Bolaño, le pusiste chispa a la narrativa chilena y una luz roja a los que manejan pedaleando al revés, con calcetines prestados, una escritura tan acostumbrada a cierta vinagreta, aburrimiento, por eso unos gramos menos de solemnidad no le van mal a nadie, y menos al cartón piedra que utilizan algunos prosistas.

Orden y patria en literatura, conforman un himno decadente, artificioso, un libreto previamente aprendido y que después de entonado desafinadamente habrá sonado en el vacío.

Hombre, Bolaño, es digno de mención, no sólo el haber escrito unos cuantos buenos libros, sino también poner atención como rompiste las roscas, camarillas, los círculos viciosos de la mediocridad, las sociedades secretas del amiguismo. Difícil cuadratura del círculo, pero realizable, y necesaria, sobre todo, en el Circo de las Águilas Humanas.

    

Arar sólo en el desierto es un ejercicio más que meritorio, sobre todo cuando existe la recompensa del reconocimiento en vida real, más allá de los premios y la pasarela editorial. Bolaño, eres un escritor de raza como pocos en Chile, en materia de narrativa. Afortunadamente fuiste reconocido en vida como un escritor original, audaz, que rasgó el velo de la abulia y el compromiso con la monotonía en las novelas y el lenguaje. Tengo la impresión que sabías que eras un escritor de futuro. Y te despediste con un libro de cuentos, antes de entrar al hospital, en un maravilloso gesto y compromiso con el porvenir, la literatura que nunca acaba. Un libro nuevo es siempre un relevo. Una buena señal para partir en paz.

Rara especie esta la de Bolaño, por eso habitó poco el país del smog, donde todo es humo, volatilidad, se empañan los vidrios, caen las persianas llenas de hollín y se trancan las puertas, el freno de mano no sirve, y te tiran la chaqueta desde la punta de un hilo hasta dejarte desnudo en el tejado. Es como si te plantaran un tarro de pintura amarilla en la cara y después te dijeran que eres un payaso desempleado, con derecho a permanecer taciturno ocho veces a la semana.

Sé que me estás entendiendo, es difícil vivir con un cadáver de Arica a Magallanes, especie de zopilote negro, carroñero, sobre el espinazo, picoteándote la oreja, alternándose con la nuca y susurrándote Lili Marlen. Por eso tus sacudidas permanentes, para espantar gallotes, malos augurios, aves agoreras, brujas de escobas sin vuelo.

Te comento, se han escrito buenos titulares, en medio de tu partida, que es un hasta luego, porque nos dejaste la imaginación escrita en palabra y eso si no pasa. ‘Maestro de la generación post boom’. No es un mal calificativo y socarroncillo a la vez, como dicho frente a tu espejo. En la onda dirías, el gusano que te corroe, pero con gusto.

Oye, por momentos me recuerdas a Woody Allen, a veces un fraile franciscano con sus sandalias mistralianas o el Quijote, que frisaba los 50 cuando partió definitivamente cuerdo, pero venía de una Castilla cardiaca, infestada por caballeros andantes de muy mal paso, a juicio de Cervantes.

    

‘El último piel roja’, te llamó un diario español monárquico, y pienso que tiene algo de razón, le arrancaste la cabellera a la narrativa chilena.

Te imagino muerto de la risa leyendo los titulares: ‘Murió Roberto Bolaño, escritor chileno de carácter insobornable’ Estás frente a una copa de vino, sonriente, aplaudiendo, y un anuncio: casi abandonabas el panfleto y el libelo, dos disciplinas menores, a tu juicio, pero muy atractivas, sal y pimienta de tus días, que llegaban a espantar moscas en el Chile disciplinado, aterrado, convicto de su pasado, y momia de su propio alcanfor. ¿Tanta democracia vigilada, para qué Benemérito?

Te acuerdas que vendías santitos en las calles del D. F., no eran tiempos de santurronerías, sino de sobre vivencia, para un hijo del exilio que se transformaría en protagonista de lo más universal de la Diáspora.

Perdona un paréntesis, pero es importante, me acabo de enterar que tu hijo lanzará tus cenizas al mar Mediterráneo. Qué buena idea, que hermoso lugar de evocaciones has escogido para vivir para siempre, la dieta mediterránea te sentará de maravilla. Yo ya había titulado este e-mail antes que lanzaran tus cenizas al Mediterráneo, lo dejaré tal cual por una cuestión de cábala, y respeto al autor, a quien me manda escribir esto, ya sabes son compromisos editoriales con el alma, los más permanentes, porque son invisibles a simple vista del comején publicitario, antropófago del verbo.

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DATOS DEL AUTOR:


Rolando Gabrielli (Santiago de Chile, 1947). Estudió Periodismo en la Universidad de Chile. Ejerció hasta el 11 de septiembre de 1973 en su país. Fue Corresponsal Extranjero en Colombia y Panamá (1975-79). Funcionario Internacional, experto en la industria bananera, encargado de estrategias para los ocho países de la región miembros de la UPEB, Editor de la publicación científico-técnica y económica, con circulación en 56 países, columnista de la revista alemana D+C (1979-89). Escribe para varios periódicos panameños como Analista Internacional y trabaja en el programa de la Unión Europea-PNUD, Tips On Line, mercadeo de oportunidades empresariales vía Internet. Asesor en estrategias empresariales, editor de Suplementos especializados, ha trabajado y lo hace actualmente en marketing.