sumario
art XX-XXI
contacta
 


La creación de la posteridad a través de la fotografía
Mario Muñoz Guerola
06/06/2008


La construcción de la postmodernidad

¿Qué busca, qué significa la foto finish de una carrera? Quizá la captura, la medición de algo que es inapreciable para el ojo humano, o quizá la demostración técnica de que es posible separar infinitamente el tiempo en sucesivos momentos... ¿Y el registro policial del rostro de todos y cada uno de los ciudadanos? ¿Y las decenas de fotografías que componen un álbum de familia? Probablemente la aparición de este medio, su democratización, haya hecho que a menudo se confundan el suceso y su representación. Ante las fotos decimos: Éste es Al Capone, ésta Isabel II, ésta es mi familia..., pero no, son imágenes que representan a mi familia, no mi familia.

Con los avances de la técnica no se ha conseguido que la reproducción de las imágenes logre el punto exacto de emoción que tiene lo que llamamos vida real, el espíritu de los acontecimientos. La cámara lenta hace lo contrario de lo que pretende: no 'se ve mejor' la acción -una jugada de fútbol, unos pases taurinos, una escena de acción cinematográfica-, sino que no se ve nada, tras haberle quitado lo principal, el 'tempo'. Esto que comentaba Fernando Savater en uno de sus libros, Sobre vivir, podemos aplicarlo al caso de la fotografía y su función social de construcción de la posteridad: la imagen instantánea como símbolo del fin de las palabras. La fugacidad de ese tiempo irrepetible pero atrapado en un papel se convierte en eficaz instrumento al servicio no ya de la veracidad de una historia, sino de la Verdad y la Historia.

W. Eugene Smith, Spanish Village, 1951   SMITH, Eugene, Velatorio en Deleitosa, Extremadura, España, 1950

Hay diferencias entre el lenguaje del cine y el fotográfico. La principal es que las fotografías son retrospectivas, vestigios del pasado, mientras que las películas son anticipadoras. Ante una fotografía vamos buscando lo que estaba ahí, y en el cine se espera ver lo que viene a continuación, como afirma John Berger.

Pertenece al mundo de los recuerdos, pero no formando parte de la memoria, es la Memoria misma. Tanto la fotografía como lo recordado dependen y se oponen al paso del tiempo, las dos cosas a la vez.

Francia, enero de 1939, los refugiados españoles son 'instalados' en los campos de concentración   Presos españoles en un campo de concentración

La era visual sobrevive a la era industrial, con la que nació. Sus bases son: lo Visible es lo Real, y lo Real es lo Verdadero. Somos la primera civilización que puede creerse autorizada por sus aparatos a dar crédito a sus ojos. La primera en haber establecido un rasgo de igualdad entre visibilidad, realidad y veracidad, según Debray. Lo mágico, una de las bases del arte a lo largo de la historia, ha perdido su poder.

La fotografía de Franco y Millán Astray, cantando en un cuartel en el periodo más convulso de la reciente historia de España es, sencillamente, aterradora. Como el acto es la fundación del cuerpo de la Legión, estarán cantando su himno, el Soy el novio de la muerte, y la cara de ambos es la de la chulería, la fanfarronería de quien se cree dueño del mundo, dispuesto a sacrificar su vida por la patria, el honor, etc. A mí también se me pone la carne de gallina, sobre todo si miro más atentamente y puedo escuchar el grito patético de ¡Viva la muerte! que tanto escandalizaba a Unamuno. ¿Estas personas han mandado en España cuarenta años?

Francisco Franco abrazando al general Millán Astray.   Millán Astray en Salamanca. 12 de octubre de 1.936

Heráclito decía que nadie se baña dos veces en el mismo río, intentando así demostrar la imposible repetición de los acontecimientos temporales. Lo importante en la era de la rapidez y la celeridad es atrapar, congelar, coleccionar en un instante, nunca ver o contemplar -mirar con templanza y sosiego- un paisaje, un cuadro, un rostro que nos es grato o nos trae a la memoria recuerdos de un pasado común.

No escuchamos música, simplemente hacemos acopio de discos, y los oímos cuando nos apetece. Se pierde así el espíritu primitivo de lo musical, algo único, irrepetible e irreproducible. Un concierto deja ya de ser un acontecimiento único en la medida en que ese momento mágico de comunión con los instrumentos y con el auditorio lo podemos manejar a nuestro antojo. No vemos películas en el cine, un sitio comunal donde un juego de sombras y luces nos cuenta cosas, proyectando en una tela o en una pared blanca nuestros sueños y temores. Preferimos grabarlas, acumulamos cientos de ellas a sabiendas de que la mayoría no las volveremos a ver jamás, pero nos tranquiliza el hecho de que están ahí y son nuestras.

  

Ya no queremos viajar, sólo hacemos turismo rápido fotografiando todo aquello que demuestre luego que estuvimos allí. Tenemos billete de vuelta, nuestro lugar en el mundo y al que nos remitimos siempre, lugares que nos son familiares y en los que nos sentimos seguros. En eso consiste el auge de los viajes pretendidamente aventureros a lugares exóticos, simples transportes de cargamentos materiales de gente que necesita salirse de la rutina a través de otra rutina intermitente, sin más interés vital o cultural que el prestigio que demuestra una batería de fotos de un monumento del que no se sabe nada porque ni siquiera se ha visto estando allí. Estemos físicamente o no en distintos lugares, reproducimos siempre nuestras costumbres, nuestros lugares y coordenadas vitales, nuestra infancia y recuerdos, nuestra cultura en suma. Por mucho que estemos constantemente moviéndonos de un lugar a otro, y que lo hagamos rápidamente, nuestra mentalidad es estática, contraria al cambio. Necesitamos ver para creer, para creer que nosotros mismos fuimos coprotagonistas de la historia, para creer que se cree en algo.

Con esa colección de instantáneas capturadas en un viaje a modo de cacería mostramos que no estuvimos presentes sino más bien ausentes, porque el viaje verdadero (que no tiene principio ni final) no es tanto una lucha cronometrada contra la geografía cuanto el afán personal de encontrar cada uno su sitio en el mundo, para confirmar lo que ya sabíamos. Evidentemente, alguien que sólo tiene tiempo para acumular el mayor número de fotografías y souvenirs posible no es un viajero, sino una persona cuya tranquilidad consiste en que sabe que hay una vuelta, y que a la vuelta todo seguirá igual. Ayer estuve en Londres, hoy en Berlín, pero siempre estaré aquí. El horror que provoca la quietud como sinónimo de muerte es sustituido por la necesidad irreemplazable de demostrar que uno se mueve y está vivo, tal es la función principal de la fotografía en la era de la velocidad.

Enrique Sáenz De San Pedro. Sin Titulo (mujeres viendo el entierro de Franco), 45x37 cm., b/n, papel varitado. 1975 Entierro del caudillo de España, Francisco Franco, 1975

La foto del entierro de Franco nos muestra a unas trabajadoras subidas en sillas, observando, cara al sol, el fin de una época, el fin de la oscuridad. No quieren perderse detalle, es un momento histórico. No es el cadáver de un hombre el que es honrado en el cortejo, es la Historia de los cuarenta años precedentes la que va camino de la tumba.
Observan la muerte, lenta, pasando por delante y alejándose. Para siempre.