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Barbieken
Karla Villapudúa
29/05/2007


La quimera era de un color rosáceo, como el agua por la que había yo viajado. Un lento declive me llevó hasta el pie de la iglesia que yo había sentido desde lejos. Tenía la forma de un océano rectangular, y sobre la fachada estaban grabados algunos símbolos parecidos a los que empleaban los antiguos sacerdotes celtas.

Súbitamente me encontré estremecida. Mi chacra raíz empezó a dilatarse de una manera inexplicable. Empecé a experimentar un orgasmo ilimitado sin motivo alguno. La bóveda, los muros, la alfombra de la sala daban la sensación de un vientre materno. Dos lienzos al óleo pintados con mis muñecas favoritas de la infancia: una simulaba un tierno abrazo de hermana menor con una Barbie, la otra pintura, a la par, era la imagen de una muñeca astronauta devorada por el paso del tiempo. En ese instante recordé que padres se negaban a comprarnos muñecos masculinos –Kens-.

Explicación I

Padres nunca nos compraron un Ken debido al temor de despertar algún sentimiento sexual en nuestros cuerpecillos infantes. Padres fueron educados bajo la ideología cristiana. Cayeron idiotizados bajo una perspectiva que no encuentra en el acto sexual pureza alguna, sino por el contrario, lo consideran sucio aún en edad adulta. Es esa noción de sexo sólo para la reproducción y nulificación del placer. Muy al estilo occidental.

Explicación II

Al carecer de un falo en nuestros juegos infantiles, nuestras mentecillas idearon la manera de conseguir un amante con el cabello corto. Nuestro inconsciente infantil poseía la imagen de que un hombre solamente podía ser hombre con el cabello corto, como padre. Si padre hubiese tenido el cabello largo probablemente hubiésemos dejado a la muñeca con su cabellera larga. No sentíamos comodidad al poner a coger a las dos muñecas con el cabello largo, debido a la perturbación producto de la imagen anterior. Alguien debía simular al hombre.

Explicación III

Decidimos rapar a la muñeca hawaiiana para efectuar la transmutación. Hicimos una de esas cirugías de cambio de sexo que provocan divorcios. Tomamos las tijeras sintiendo un infinito placer al ver caer los pedazos de cabello rubio en el piso. Esperamos su transformación en hombre; hasta ver desplomado el último pedazo de mujer. La muñeca hawaiiana era una de esas muñecas tropicales vestidas con un pareo de seda, collar de flores de plástico y la celebración en su sonrisa. Una muñeca afrodisíaca y promiscua que simplemente se la pasa tomando sol y bebidas de coco (las bebidas de coco sirven para limpiar el estómago de la fauna intestinal.)

La muñeca hawaiiana pasó a convertirse en un ken con cabello punk, porque las tijeras no tenían el suficiente filo como para confeccionarle algún corte de pelo.

El sexo heterosexual llegó a las barbies. Seguían de vacaciones eternamente. Aparece una memoria. Nuestras muñecas no trabajaban, porque en casa padres desconocían esa ocupación: trabajar ‘normalmente’. La vida de las barbies era una vida totalmente hedonista. Se cierra la memoria.

Explicación IV

Ese era nuestro secreto; tras la prohibición erótica de nuestros juegos. El nuevo personaje masculino no tenía falo, pero no nos importaba. Lo fingíamos hombre.

Explicación V

Después de la transmutación sexual, la actividad erótica de nuestras muñecas se incremento de una manera descarada. Parece ser que con la implantación del estereotipo fálico, se contaba con el debido permiso para seguir fornicando.

Explicación VI

Aquí se abre un recuerdo. Las fantasías eróticas infantiles nos secuestraban tarde tras tarde como una cópula incestuosa enramada en una adolescencia precoz. Aquí se cierra el recuerdo.

El ken -antes la muñeca hawaiiana- se tira a todas las muñecas de la comunidad –alrededor de veinticinco-. Arma sus orgías sin ninguna connotación mística. No usa condón. Es tan libertino que suele ofrecerle a todas sus amantes citas en el mismo instante sin mortificación alguna. Las balancea por las extremidades, esparciendo sus bellos músculos de plástico alrededor de una adrenalina dilatada por panes de mantequilla y chocomilk. Es el alimento favorito de las manejadoras. Luego sucumbido por una vitalidad y conexión inexplicables se pierde en la polaridad brillante de sus gritos. Se cambia de disfraz sin culpabilidad alguna. Viene la siguiente. Las intenciones se repiten. Cadera, brazo, cintura, ombligos. Dilataciones y derrumbes.

Las manejadoras empiezan a enloquecer. Tiran los colchones y arman un parque de diversiones ficticio. Brincan del tocador de la habitación hacia la montaña de colchonetas y cojines. El delirio sabe a la estrella de seis puntas. Miran películas de terror. Viene la siguiente. Rosa, menta y almizcle. Desconocen el peyote. Viene la siguiente. Comienzan lapidándose la cicatriz en medio del pecho. Nada de errores.

Luego terminan posesionándose del ánima de las veinticinco muñecas y el ken hawaiiano. Persiguen una connotación mística ignorándola en sí misma. La manejadora número uno se encontraba embriagada con esteroides debido a un disfuncionamiento renal. La manejadora número dos se encontraba tratando de madrearse el corazón para llamar la atención de padres.

Explicación VIII

Si esas muñecas son un éxito en el mercado hasta la fecha es porque su diseño provoca placer sexual en las niñas que las consumen. Si no, desde cuándo hubiesen sufrido la bancarrota. Los mercadológos lo saben de una manera callada. Aquí se abre una fantasía erótica. Imagina todas las niñas que han ejecutado su fantasía sexual en este instante. Aquí se cierra la fantasía erótica.

Explicación IX

Las manejadoras entraron en la adolescencia, les dolió en exceso deshacerse de sus muñecas. En la secundaria seguían jugando a escondidas. La manejadora número uno evitó el crecimiento oportuno de sus pechos y retrasó su menstruación lo más que pudo. La manejadora número dos empezó a sobrevivir sin los esteroides y el Laxin. Su cuerpo puberto soldó las desviaciones de los conductos renales. Circuló la sangre como tenía que circular para mantenerse viva.

La manejadora número dos se encuentra esperando un transplante de riñón en el otro lado del charco, sabe que lo de la rinosis es una ficción, pero es adicta a esa fragilidad que le provocan los esteroides. Ambas se han reconciliado gracias a la valentía que otorga el Internet para decirse las cosas sin verse.


Imagen: FLORES, Sandra, Barbie.

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DATOS DEL AUTOR:


Karla Villapudúa (Culiacán, Sinaloa, México, 1979).- Licenciada en Filosofía por la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). Directora de Espiral (www.revistaespiral.org)