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Trío de ases. Quentin, Lars y Julio
Diego Saucedo Tejado
30/08/2004


Empezaremos con un tópico manido e incompleto que he preferido completar: Las comparaciones son odiosas y las divergencias, desquiciantes. Que se lo digan, por ejemplo, al guionista de Deep Impact, cuando aquellos que vieron su película - no fueron muchos, por suerte - la compararon con un cubo de basura elevado a la tercera potencia. Imagino que fue un hecho terrible y determinante en su vida, que lo convirtió en un incomprendido y más tarde en un ser desquiciado y desquiciante. Es la única razón lógica que encuentro ante su nuevo despropósito cinematográfico, El día de mañana, una de esas superproducciones que llega desde U.S.A acreditada por productores de largos - no merecen catalogarse de películas - de la clase de Godzilla o Independence Day, lo cual sería una garantía de fracaso artístico - de hecho, lo es - sino fuera porque en este mundo priman sobre todas las cosas la falta de recursos creativos, el exceso de efectos especiales y las recaudaciones semanales, mensuales y anuales. Y sin embargo, a pesar de que las comparaciones sean odiosas, me he propuesto en este artículo acercar a tres guionistas y directores de cine, supongo que conocidos por todos, en apariencia con pocos puntos en común pero que siempre o casi siempre logran un mismo objetivo: realizar películas de culto, de gran potencia narrativa y visual que perduran en la retina y neurona del espectador por mucho tiempo. Son historias que no se olvidan y de las que merece la pena repetir su visionado, porque siempre vas a sacar cosas de ellas. No le doy más misterio a la cosa. Veamos quiénes son esos tres personajes a los que me estoy refiriendo. Aunque probablemente, el título y las imágenes que adornan estas palabrillas ya me hayan apeado del factor sorpresa.

Tarantino, de nombre Quentin, es un tipo al que asocio objetos como revólveres, orejas ensangrentadas, balas, catanas, cartuchos de sangre artificial, choppers, mecheros que no se encienden a la primera y agujas hipodérmicas. Pero para definir a la frente más despejada de Hollywood, no hay que ceñirse superficialmente a los objetos, hay que acudir a su imaginario colectivo para dotarlo de significado completo: ¿Qué sería del personaje de Uma sin las analogías a Clark Kent? ¿Podría un tipo de la clase de Vincent Vega morir de otra manera? El universo" tarantiano", en el que tantos han sentado cátedra, expone unos elementos narrativos dignos a tener en cuenta. La violencia como recurso nunca había sido explotada tan bien desde Akira. Nunca supieron amoldarse a la palabra arte las películas protagonizadas por Seagal o Van Damme, siempre estimulando lo que yo he dado en llamar violencia gratuita y que tiene una serie de matices del término utilizado ya de manera universal.

La teoría se basa en diferenciar la violencia que hace Jan de Vont en Speed2, por ejemplo, de la que hace Tarantino en Reservoir Dogs, que es completamente diferente aunque en las dos muera el mismo número de humanos. La diferencia reside en el uso último que se le da a esa violencia. El hecho de que al final de Speed 2 a un colosal barco se le averíen los frenos e impacte contra un pueblo con sus consiguientes explosiones y muertes es algo que no llamaba demasiado la atención en los 90, menos incluso ahora. La violencia ha sido empleada como mero recurso de entretenimiento con el simplista objetivo de conseguir un desenlace coherente con la estupidez y artificio que han rebosado durante toda la obra. De ese modo, entiendo estos elementos como mera decoración y no como motor de la acción, lo que determina su relevancia. En cambio, de la escena del policía desorejado, empapado en sangre y gasolina, apunto de ser quemado vivo, el uso se multiplica: hay quien lo entiende como un recurso poético y filosófico y otros que entienden la utilización de esa violencia extrema para provocar el detenimiento de la retina porque está viendo algo que está impactando, que consigue transgredirla. Ese es el uso que Tarantino hace de la violencia, mucho más provocador, potente y crudo, de la que el ojo humano no quiere escapar porque necesita conocer el final. Y los finales son una de las mejoras cosas que hace este chico, porque este jodido cabrón, como él mismo se define, siempre se las ingenia para conseguir sorprenderte incluso cuando el espectador sigue pensando que ya no puede seguir siendo sorprendido. Lo acaba de demostrar con Kill Bill y ya no sólo me remito a un desenlace final, sino a los varios finales que dentro de una misma película van dando por finalizadas las pequeñas secuencias de las que está compuesta.

La filmografía de este peso pesado del cine viene avalada por tres hitos insustituibles en la historia del celuloide: Reservoir Dogs¸ Pulp Fiction y Kill Bill. Dejemos en el tintero Jackie Brown, que no me dijo nada en su día aunque prometo revisarla, y rescatemos Natural Born Killers (Asesinos Natos) de la rúbrica stoniana a la que había sido sometida. Ya que el guión fue escrito en su totalidad por Tarantino, que reniega ahora de la película que finalmente dirigió Oliver Stone y al que acusa de haber hecho un videoclip comercial y sin esencia. Es uno de los grandes pecados de Quentin y parece que él mismo lo reconoce: la arrogancia, que es algo que transmite en la mayoría de sus personajes protagonistas, a los que ha hecho inolvidables. Algunos de ellos rescatados del olvido al que la industria les había relegado, como es el caso de John Travolta en Pulp Fiction o David Carradine en Kill Bill vol 2 . Bruce Willis asumió un papel en el que se parodiaba a sí mismo y Samuel L.Jackson uno que le encumbraba. Tarantino gusta de salir en sus películas y siempre se reserva un pequeño papel. Su más larga interpretación ha sido hasta la fecha Abierto hasta el Amanecer, de la que dirigió la primera parte de la primera parte de la saga. La crítica no fue agradable con sus dotes de actor y lo nominó a los premios Smacks the Kellogs como peor interpretación del año. Sin embargo, apareció en Pulp Fiction y Reservoir Dogs y no desentonó ni un ápice. No lo considero mal actor, sin duda posee un rostro muy expresivo y una comicidad que por momentos me recuerda a Woody Allen. Sólo espero que Tarantino no lea esta última frase, por si le incomoda y urde en su guarida algún plan para asesinarme.

Trier, de nombre Lars, decidió un buen día colocarse Von en medio y por darse un toque de distinción, se quedó en Lars Von Trier, que todo junto suena menos cacofónico. Comenzó a los diez añitos con una super ocho danesa y acabó graduándose en la Escuela de Cine de Copenhague a los 27. Nadie duda a estas alturas de su enorme talento cinematográfico. Películas como Idiotern (Los Idiotas) le colocan en una esfera rebelde y anti- iconoclasta, precedida por el famoso manifiesto Dogma95, en el que se posicionaba alrededor de 10 normas básicas que intentaban desaburguesar el cine antiburgués que ahora se había convertido en burgués. A partir de ahí, inició un recorrido que lo ha hecho famoso por su innovación y creatividad, así como por sus rasgaduras hacia la convencionalidad, de la que siempre trata de huir. El manifiesto se contempla claramente inspirado en la Nouvelle Vague, aunque un tanto modernizado con respecto a los tiempos que corren.

El primer experimento de este género se dio en llamar Festen (Celebración), rodado casi por completo con cámara al hombro, pretendía desde la pretendida escasez de recursos técnicos acercar mucho más la historia al espectador, eliminando los problemas de credibilidad del cine, convirtiendo a los personajes ficticios en reales, provocando que los sentimientos que ellos manejan sean los sentimientos que el espectador siente y padece. Lars Von Trier no dirigió la sublime Festen, aunque co-escribió el guión con el que sería el director y hasta entonces desconocido, Thomas Vinterberg. Para él se reservó Idiotern, con la que consiguió transgredir e impactar como pocos lo habían hecho antes. En mi opinión, es su mejor película por su dramatismo y el encarnecimiento que consigue en la piel de aquel que la ve. Se presenta como un juicio a la raza humana. Ceremonia que ha venido repitiendo Trier en todas las historias que ha tenido oportunidad de contar.  

Rompiendo las Olas, fue la que le dio fama entre el gran público. Antes, había venido una trilogía sobre Europa en la que ya apuntaba maneras de su buen-hacer cinematográfico. Desde su galaxia particular, contactó con la islandesa Bjork, para llevar a cabo un musical post-modernista en el que la percusión, la metalurgia, la ceguera y el sacrificio serán los puntos clave para narrar un drama de los que hacen desentumecer los lacrimales y agitar las emociones. Se llamó Bailar en la oscuridad y fue premiada en Cannes como mejor película.

La sensación que se te queda después de ver una película de Lars Von Trier es difícil de describir y de digerir. Para él, una película debe hacer sentir lo que se siente con una china en el zapato. Y no de esas que te las fumas y te evades, sino de las que hacen llaga y te curten para futuros pasos. Sigue la regla - la lleva a rajatabla - en su último trabajo hasta la fecha: Dogville. Definida como "teatro filmado", la imposibilidad de recursos económicos se convirtió en una ventaja dentro de la cotizada testa de Trier. Prescindiendo de decorado y engatusado por la encomiable Nicole Kidman, el danés se encerró en un pabellón mediano, con varios paquetes de tiza en un bolsillo y su inseparable SX en el otro. Rodada enteramente con cámara al hombro y con Trier haciendo las veces de guionista, director y operador de cámara, consiguió retratar la historia de un humilde pueblecito norteamericano de los años 30 que se presta a esconder a una fugitiva a cambio de que ésta sea amable con ellos. Impresionante retrato humano, en el que como bien argumentaba Trier en una entrevista que coincidió promocionando la película, cada uno de los habitantes del ficticio Dogville representa las complejas facetas de la personalidad humana y juntando todas ellas se alcanza el arquetipo de lo que supongo que Trier considera la naturaleza real del ser humano. ¿Qué conclusión alcanza? Para saberlo mejor que la visualicen ustedes en un trío de horas que tengan libres, ya que yo sólo cuento los finales de largometrajes deleznables como fue el caso de Speed2, al comienzo de este artículo, que a estas alturas de la reflexión contemplo lejano y difuso.

Pero enfrentémonos al tercero y último en discordia. Medem, de nombre Julio, se crío en las Vascongadas bajo la tutela de un progenitor alemán derechizado hasta la médula y empezó desde muy pronto a cogerle a escondidas la super-8 y a rodar pequeños experimentos con su hermana Ana. Se pasó a los 35 mm y a la vez que se graduaba en medicina, rodó una decena de cortometrajes que sin duda resultaría muy interesante poder paladearlos. Lástima que sea tan difícil, pero tiempo al tiempo, que no se pierda la esperanza.

Su primera película, la rodó después de muchos No tío, lo siento en 1992 y fue titulada Vacas. Una hermosa pero dramática historia inter generacional, en la que se cruzan en plena guerra carlista y posterior post-guerra la historia de una familia costumbrista, interpretada magistralmente por Carmelo Gómez y Emma Suarez, pareja que protagonizaría en diferentes circunstancias La Ardilla Roja, completando el trío protagonista con Nancho Novo y una película quasi perfecta y Tierra, a mi modo de ver la película más inteligente y humanística de toda su carrera. El característico "universo medemiano" consta de elementos constantes que se repiten en casi todas sus películas con un engrandecimiento constante producto de la evolución del artista. Los espacios abiertos se convierten en pura poesía combinados con unos diálogos brillantes e hilarantes por momentos e interpretaciones estelares y continuas elipsis que acentúan la complejidad de una historia cuyo principal motor siempre es el amor, que deriva por otros campos, profundizando en los caracteres de personajes muy bien trazados, contando originales historias con un sello distintivo que lo hace único en su casa.

La progresión comercial de este director vino con Los Amantes del Circulo Polar y con la vencendora de los premios Goya, Lucía y el sexo. Fueron las dos películas que lo catapultaron a la fama y a pesar de que estas últimas películas tiemblen levemente al compararse con sus predecesoras, a Medem le queda mucho por narrar y mucho por crear como para creer que haya dejado de crecer. Su último trabajo no fue película sino documental y desde su estreno, lo colocó automáticamente en el punto de mira. La pelota vasca, intentó marcar una línea de pensamiento basada en el diálogo abierto y plural y el intentar comprender el porqué de los motivos, de las razones, de los pensamientos de aquellos que piensan como tú y de los que no piensan como tú. Que también los hay. El Pp, en su linea open-mind habitual no se dignó a aparecer en el documental, donde si aparecen otros muchos aunque se eche de menos a Fernando Savater, por ejemplo. El resultado directo se llama Hay motivo, y es el esperadísimo retorno a la ficción de Medem en el que seguirá ahondando sobre el problema vasco desde otras perspectivas.

Ahora es cuando se concreta el reto que me propuse al empezar el artículo. Por muy dispares que parezcan estos tres prodigios de la cinematografía actual, por muy lejos que se hallen sus casas y por muy diferentes que sean sus lenguas maternas, este trío posee vínculos incuestionables, sobre los que vale la pena reflexionar. El más potente se basa en su propio carácter. Con un sentido singular de ver la vida, cada uno imprime su rúbrica en cada una de las cosas que rueda y es una firma que no pasa desapercibida, que perdura en la memoria y se hace eterna y grande con el tiempo. La acción de transgredir es el factor que el trío guarda en común. Los tres nacidos, amamantados y criados en épocas muy similares (tan sólo distan siete años desde el más viejo que es Trier al más joven que es Tarantino) fueron voraces consumidores de cine y en cuanto tuvieron la oportunidad rodaron en super-8 aunque fuera escondidas. Fueron desde siempre directores de cine y ese era su destino; la hiperactividad, el esfuerzo, el genio y el talento son dones cuestionables que tienen resultados incuestionablemente buenos. El hecho es que esa perfección se consigue extrapolando al espectador a un universo propio donde es manejado y llevado por un camino tremendamente bien construido, que dispone con todos sus elementos a una inmersión tensa o relajada en las hipnóticas aguas de la narrativa audiovisual.

Lo mejor de todo es que aún son jóvenes y que todavía tienen que dar mucho más de sí. Estaremos con los ojos abiertos y los tímpanos dispuestos, así como a otros de los que no he hablado pero que también han optado por la transgresión como óptica de mostrar su cine, como Darren Aronofsky - un chico que se hace desear -, Larry Clark - responsable de Kids y Ken Park - o Spike Jonze, Todd Solonz o el mismísimo David Lynch.