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HAPPY TOGETHER
Sara Manzano Cuadrado
19/01/2007


DATOS TÉCNICOS

+ Título original: Happy together (Felices juntos/ Cheun gwong tsa sit).
+ Dirección: Wong Kar-Wai.
Le Bonheur+ País: Hong Kong.
+ Año: 1997.
+ Duración: 92 min.
+ Interpretación: Leslie Cheung (Ho Po-Wing) , Tony Leung [AKA Tony Leung Chiu Wai] (Lai Yiu-Fai), Chang Chen (Chang), Gregory Dayton (amante).
+
Guión
: Wong Kar-Wai.
+ Producción: Wong Kar-Wai, Chan Ye Cheng, Hiroko Shinohara, TJ Chung, Christopher Tseng.
+ Productora: Block 2 Pictures / Jet Tone Production / Prénom H Co. / Seowoo Film Company.
+ Fotografía: Christopher Doyle.
+ Montaje: William Chang, Wong Ming Lam.
+ Vestuario: Claude François.
+ Música: Danny Chung y Frank Zappa.
+
Diseño de producción:
William Chang.
+
Exteriores
: Buenos Aires, Taipei, Iguazú, Ushuaia.



SINOPSIS:Lai Yiu-Fai y Ho Po-Wing viven una apasionada relación. Viajan desde Hong Kong a Argentina, pero la llegada al nuevo país parece transformar las cosas y Po-Wing, de repente, abandona a Fai. Éste comienza a trabajar en una bolera, con el único afán de reunir el dinero suficiente para volver a su país. Un día Po-Wing reaparece, pero las cosas ya no son iguales...

Siempre he pensado que cuanto más convencidos estemos de la contingencia de un hecho, menos certezas tenemos de que éste acabe ocurriendo, y es en esos momentos fílmicos cuando realmente me convenzo, por pura sorpresa, de que lo que le sigue a ese sobresalto no va a dejarme indiferente.

Y esto es precisamente lo que ocurre con Happy together. Una película que te engaña continuamente, que te hace adelantarte a unos acontecimientos que no acaban sucediendo. Quizás porque Wong Kar-Wai es todo un experto en conseguir que el espectador empatice tanto con sus personajes que acabe por sorprenderse de su propia negligencia intelectual. Y acabe también, entonces, por darse cuenta de la genialidad de este cineasta de Shangai tan particular.

Y tal como dice ese slógan de 'si algo funciona, ¿para qué cambiarlo?' de kién sabe qué producto, Wong Kar-Wai vuelve a satisfacer su fetichismo por Tony Leung para protagonizar una de sus historias de amor pedregoso. De esos que se te quedan clavados en la memoria, que despúntan por su imposibilidad, por la certeza doliente del sinsentido. La sinrazón de Fai (Tony Leung) y Po-Wing (Leslie Cheung), dos muchachos que llevan su amor a cuestas hasta Buenos Aires, pero cuya llegada a la Argentina de los tangos y el jolgorio acabará por subrayar las abismales diferencias entre ellos. Entre el amor y el deseo, entre el deber y el querer, entre el espíritu enamorado del que transige y la seductora fatalidad del que embauca, que consigue, con grandes dosis de deseo, hacer que sucumba a sus encantos, convertirlo en marioneta y sumergirlo en una locura tan decidida como insana.

Un buen saco de emociones de los que estos dos contrarios, atraídos como imanes, vienen cargados. Y aunque sea en Fai en quien Kar-Wai deposite el peso del relato, hay que alabar la absoluta neutralidad por parte del director a la hora de encontrar culpas e inocencias. Claro que, nosotros, ya hemos elegido, como bien predica el llamado “efecto camerún” a nuestro particular “antihéroe”, Fai, quien tendrá que hacer frente a esa polémica interior en la que profundizaba Unamuno en “Del sentimiento trágido de la vida”, esa lucha entre el corazón y la cabeza, entre el sentimiento y la razón.

Y es que es difícil estar del lado de Spinoza cuando afirmaba que el amor es alegría, porque el amor no es sólo eso. Por ello, comparto más bien aquella idea de Ortega y Gasset que, en 'Estudios sobre el amor', decía que el verdadero amor se percibe, se mide y se calcula mejor a sí mismo en el dolor y el sufrimiento de que es capaz. No hay más que acercarse a aquellas 'Cartas de una monja portuguesa' que Mariana Alcoforado dirigía a su infiel seductor, que transcribo:
'os agradezco desde el fondo de mi corazón la desesperación que me causáis, y detesto la tranquilidad en que vivía antes de conoceros. Veo claramente cuál sería el remedio a todos mis males, y me sentiría al punto libre de ellos si os dejase de amar. Pero, ¡qué remedio!, no; prefiero sufrir a olvidaros. ¡Ay! ¿Por ventura depende esto de mí? No puedo reprocharme haber deseado un sólo instante no amaros, y al cabo sois más digno de compasión que yo, y más vale sufrir todo lo que yo sufro que gozar de los lánguidos placeres que os proporcionan vuestras amadas de Francia'.

Una carta que termina: 'adiós; amadme siempre y hacedme sufrir aún mayores males'.

Un buen ejemplo de cómo a veces el amante se abandona a las pasiones, acepta ese dolor porque para él es virtud propia del amor.

Y es que Fai vive inmerso en sus quehaceres sentimentales, luchando contra lo incontrolable y lo vital, pero al mismo tiempo albergando esperanzas de futuro, arrullando, mimando a Po-Wing, en lo que podría ser una especie de oda al poeta Salinas cuando éste recita 'Me estoy sintiendo vivir cuando me dueles'.

Un sentimiento que debe encontrar su punto de fuga aguzando el oído. Porque de aguzar el oído sabe mucho Chang, un joven que llegará como aire fresco a la doliente vida de Fai. El punto de apoyo al dolor y el punto de inflexión a la historia, así como una serie de elementos físicos que darán bola al conflicto, véase un reloj, un pasaporte, etc...

Por otro lado, hablar de una película de Kar-Wai y no hablar de la fotografía es pecado.

La estética de Happy together nos remite a veces al videoclip, quizás por la influencia de sus muchos trabajos en televisión o por haber estudiado diseño gráfico, pero lo cierto es que cada plano tiene como meta, no sólo para el director de fotografía, Christopher Doyle, convertirse en una prueba visual completamente sublime. Precisamente es esta una de las grandes virtudes del cineasta y por supuesto de Doyle, pues en cualquiera de sus películas se desprende ese cuidado milimétrico de la imagen. Véase como ejemplo una de sus primeras películas, Chungking express (1994), o la aclamada internacionalmente Deseando amar (In the mood for love, 2000), donde ya no sólo se apela al placer estético del fotograma sino a todo el conjunto en sí mismo en una especie de extrasensibilidad que difícilmente podría ser apreciada por ese tipo de mentes racionalistas que sólo ansían encontrar elocuentes diálogos y argumentos cinematográficos tan propios del patriotismo americano.

Así pues, decir que la fotografía del cine de Kar-Wai es una de las mejores que existen actualmente no es osar demasiado, pues es algo que se palpa enseguida. Por ejemplo cuando vemos en la película, que el blanco/negro inicial, que tanto nos recuerda a aquellos Extraños en el paraíso, (Stranger than paradise, 1984), de Jim Jarmusch – pero cuyos tiempos muertos afortunadamente no son tantos -, de repente se vuelve colorido. Quizás como punto de giro, como momento en el que puede empezar a florecer algo; tal vez cuando parece que a la zorra le han dado un valium..., pero nosotros sabemos que despertará de su letargo apacible, que volverá a repetir su plegaria 'podríamos volver a intentarlo...'.

Pero para intento logrado, el de tratar de fundir dos culturas bastante distintas. Porque reunir lo más punzante y naïf de la civilización hongkonesa con el espíritu jovial y despreocupado de un Buenos Aires que, por entonces, aún creía que las crisis financieras y los corralitos no iban con ellos, tiene su mérito. Así como también lo tiene el ilustrar musicalmente el desasosiego que provocan las pasiones “corruptas” a base de un buen surtido de tangos. Músicas bastante anempáticas que se contraponen a los sentimientos que se nos muestran, pero que, por otro lado, reflejan perfectamente esos estados de vacío catártico en los que se encuentran los amantes cuando las cosas se han ido de madre. Canciones como ese 'Tango apasionado' o 'Milonga for three' del que consideraron el 'asesino del tango', Ástor Piazzolla o el 'Cucurrucucu Paloma', del gran Caetano Veloso.

Por otra parte, es curioso pensar que Kar-Wai, que es un cineasta organizado, que mide cada detalle de sus películas, es un tipo al que también le encanta improvisar, y es que partió para la Argentina con apenas unos esbozos de guión, lo que supuso que el rodaje de Happy together se fuese alargando y alargando, hasta el punto de que todo el equipo sentía tal morriña de sus hogares, que Kar-Wai tuvo que centrarse en una idea. Tantos fueron los guiones previos, que en alguno se llegó a insinuar un posible cambio de acera de Fai, o incluso su suicidio. Por suerte o por desgracia, el rumbo del guión definitivo fue otro.

Y es que esta historia, basada en el relato de Manuel Puig 'The Buenos Aires affair', da suficientes razones para que, tras su aparente “simpleza”, acabe por desenmascararse la excelsa reflexión que esconde, que aboga por el existencialismo de aquellos que afirman que el hombre es responsable de sí mismo y que debe, en la medida de lo posible, tratar de hacerse consciente de sí mismo.

Y sin llegar a ser completamente distinta, Happy together pone de manifiesto la gran diferencia de tempo que existe entre sus primeras películas y las últimas. Porque Chungking express o Fallen angels, cuya rapidez visual tirando de mucha cámara al hombro y efectos visuales muy videocliperos - tanto que a veces podría recordarnos a Chris Cunningham –, nada tiene que ver con Deseando amar, donde el tempo narrativo es bastante lento y el control del encuadre puede llegar, en cierto modo, a aburrir a quiénes estaban acostumbrados a lo anterior. Quizás fue esto lo que llevó al director de fotografía, Chris Doyle, a abandonar el rodaje, pues ésta era una película demasiado estática a diferencia de lo que venía haciendo para Kar-Wai en las anteriores.

Pero lo que sí es factor común a toda su filmografía es el gusto por el preciosismo - como en este caso es la escena del 'tango en la cocina' -, por las atmósferas retro, por la manipulación del tiempo, por los personajes solitarios, por el estilo posmoderno de siempre. Algo que le llevó a recibir, con Chungking Express, atención internacional gracias al padrinazgo de Quentin Tarantino, la Palma de Oro en Cannes como mejor director con Happy together, y la consagración ante la crítica internacional con Deseando amar, además del premio al mejor actor para Tony Leung.

La parte trágica, sin embargo, llegaría después cuando uno de los amantes de su película se suicidó, Leslie Cheung, algo que dejó un recuerdo imborrable en público y crítica, pues era una de las grandes figuras de la Època de Oro del Cine Hongkonés.

Debido a esto, la película se cubrió de un aura maldita que la revestiría como tótem del cine de amor homosexual, también tratado en otros títulos, menos logrados, como Los juncos salvajes (Les roseaux sauvages, 1994), de André Téchiné, que catapultó a la fama al joven Stéphane Rideau, que aparecería posteriormente en' Primer verano' (Presque rien, 2000), de Sébastien Lifshitz, 'Segunda piel' (1999), de Gerardo Vera, 'Las aventuras de Priscilla, reina del desierto' (The Adventures of Priscilla, Queen of the Desert, 1993) de Stephan Elliott, o el estupendo musical contemporáneo 'Hedwig and the angry inch' (2001), de John Cameron Mitchell, por no mencionar la dilatada carrera del inclasificable 'Fassbinder', en títulos como 'La ley del más fuerte' (Faustrecht der Freiheit, 1975) o 'Querelle' (1982), entre otros muchos ejemplos.

En definitiva, esta es una película sobre la intensidad del amor, la impulsividad, la condescendencia, la desesperación, la pasión y la concupiscencia. Sobre lo mártir y lo tirano de las relaciones sociales, pero en especial de las de pareja, que recuerdan a las cartas de la señorita de Lesspinasse cuando decía 'os amo como hay que amar: con desesperación'.

Y como anécdota final - que es posible que no le interese a nadie excepto a mí -, no puedo no decir la ilusión que me hizo saber que la graciosa lamparita de las cataratas de Iguazú que tantas veces aparece en la película, fue fabricada por el abuelo de una amiga. Mundo pañuelo sí, y además, necedad propia de una hiperestésica a la que también a veces le gusta hacerse la tonta.