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'Viajar, perder países'(Primera parte)
Cyntia Moncada
30/04/2007


¡Viajar, perder países!
ser otro constantemente
por el alma no tener raíces,
de vivir, de ser solamente

Fernando Pessoa


La diferencia entre un turista y un viajero -define Paul Bowles en El Cielo Protector- reside, en parte, en el tiempo. Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas; el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra.

Pero el tránsito de lo primero a lo segundo -pienso- no ocurre hasta que te encuentras con una de esas ciudades mágicas: perdidas entre las sierras, en medio del mar, detrás de una montaña o en la cima de ésta; lugares que para nuestra fortuna abundan en México; que te llevan entre ríos, selvas o desiertos, en las que es imposible detenerse porque despiertan un incesante deseo de -citando a Pessoa- ‘viajar, perder países’: perder ciudades, conquistarlas.

Sólo en el golfo de México, municipios como Xicoténcatl, en el estado de Tamaulipas; Naranjos, Papantla y Catemaco en Veracruz, transmiten la calidez y la alegría que suele conservar la gente que no ha sido aplastada por la ‘modernidad’, que todavía suele sentarse en las banquetas a respirar el olor del atardecer.

Para ser viajero no suele haber pretextos. Yo, lejos de conquistar este título, sí los tuve. Visitar a mis amigos que trabajan en Tampico y conocer su pueblo natal, Xicoténcatl, Tamaulipas (Jicotencal, como se dice allá), pasar luego un par de días en la playa para luego partir a mi destino principal, Puebla, llegando ‘de pasadita’ a Xalapa y a Veracruz, todo esto en una semana, o a donde alcanzara el dinero que llevaba.

Estación Patios, 1928

Viajar por la región del golfo es una experiencia inolvidable, impresionante para alguien cubierto desde siempre de polvo del desierto. De norte a sur la vegetación poco a poco se engrandece, el verde caqui se torna primero en verde bandera, para luego mostrarnos amablemente toda una gama de verdes, una cantidad de tonos y modalidades impresionantes.

En Xicotèncatl (situado entre Ciudad Victoria y Ciudad Mante) la carretera se adentra por entre grandes cañaverales (la principal actividad agrícola) y hectáreas de prado donde los caballos avanzan con paso lento, acalorados por el calor del mediodía, mientras un hombre, con la cara tostada por el sol del campo, mira hacia el cielo tratando de pronosticar lluvias y luego baja la cabeza, satisfecho. No se equivocó. Minutos más tarde cae, incesante, el aguacero. La lluvia allá suele ser puntual, llega casi sin retraso al filo de las seis de la tarde.

Si Tamaulipas no suele ser considerado por los viajeros es porque no conocen municipios como éste. Por la mañana, para mitigar el calor, entre familia o amigos, un chapuzón en el río Guayalejo que cruza este municipio. En las tardes una caminata por la plaza principal, poblada por grandes ceibas que le dan un toque rústico que predomina en todo el lugar. Antes de oscurecer, las mecedoras en las banquetas, las charlas con las vecinas, y esperar la noche, como si éste fuera un antiguo ritual entre la gente del campo, sólo en pueblos de agricultores se sale a las banquetas a recibir la noche.

Esa tarde era especial. La Presidencia Municipal ofrecía, en su explanada, el festival de fin de cursos de su Casa de la Cultura: pintura, teatro, música, canto y baile. Todo está listo para empezar. Pero la lluvia suele interrumpir los grandes eventos y dejar caer sus cálidos disparos entre los espectadores. Los artistas, como profesionales, siguen bailando, pero la esposa del Alcalde y las autoridades del Estado empezaron a inquietarse, ninguno quería ser el primero en abandonar el lugar (nadie quería quedar mal), pero el orador no se daba por vencido, se negaba a suspender y bajo el aguacero agradecía con euforia esa bendición.

La gente, acostumbrada a esas sorpresas, se dirigió tranquilamente a lugares cercanos para protegerse, algunos optaron por irse al kiosco del centro de la plaza, otros lo evitan porque, dicen, ‘cuando llueve da toques’ y, aunque pocos lo han comprobado, muchos prefieren no intentarlo.

En Xico todo es motivo para celebrar, la hora y el lugar no importan y sus habitantes llevan su alegría donde van. Muchos tienen que cambiar de residencia para continuar sus estudios y ya han contagiado a municipios como Matamoros, Ciudad Victoria, Mante o Tampico de su risa y de su eterno ambiente de fiesta.

El camino de regreso es mucho más pacífico, ahora los cañaverales son sombras interminables, se aprecia la planicie del lugar y a lo lejos, un solitario cerro, el único en toda la región. Es luna llena y su brillo se refleja en los charcos que dejó el aguacero.

Las sombras de las plantas van desapareciendo lentamente, de forma casi imperceptible, pero cederle el paso a las primeras luces de Tampico que se asoman detrás de la oscuridad…

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DATOS DE LA AUTORA

Cyntia Moncada (Saltillo, Coahuila, México, 1984). Licenciada en Comunicación por la Universidad Autónoma de Coahuila. Periodista. Ha publicado en los diarios La Prensa de Monclova y Vanguardia de Saltillo, y en las revistas La Humildad Premiada y Perfiles, entre otras. Es becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Coahuila (periodo 2006-2007) en el área de crónica.