El poema puede ser improbable,
frágil como la palabra
y aún así permanecer,
estar o no estar,
ser señal inesperada,
nada más que unas
cuantas palabras.
Rolando Gabrielli©2015.
Esta es la noche de Roque Dalton. Yo escribo como si lo supiera. En
su libro El Turno del ofendido, que leí a mediados de
los sesenta, en su poema, Alta hora de la noche, nos advierte
que no pronunciemos su nombre cuando sepamos que ha muerto. Según
la cábala del poeta, se detendría la muerte y el reposo.
Roque Dalton, que desafió todos los peligros e intentó
todos los poemas, murió joven y de muerte estúpida, que
los archivos de la historia salvadoreña registran como si un
pozo negro hubiese sepultado su voz.
No fue así, por más
que la historia de su muerte se revuelque en una tumba desconocida,
esa que dejan abierta a los tiempos de la justicia, y en verdad fueron
los perros de la muerte.
Por un largo tiempo la muerte enemiga no pudo dar con la vida, el paradero
del poeta en el país Pulgarcito de El Salvador, donde se respiraba
milagrosamente bajo tierra y se moría doblemente: de bala y terror.
En la tierra de Pulgarcito, Dalton se transformó en una pesadilla
a temprana edad para un sistema que asfixió al pueblo, día
a día, por largas décadas y cuya crueldad culminó
con el asesinato en 1980, del Obispo Oscar Romero, en el propio altar
de su iglesia celebrando la eucaristía.
Dalton fue asesinado en 1975, su crimen y el de Romero, dos de los que
más marcaron El Salvador del siglo pasado, siguen impunes. Las
masacres formaban parte de la historia cotidiana y las miles de cruces
que los pobres erigen en los cementerios de todo el país, avalan
estas palabras. La suerte corrida por el Obispo y del poeta, fue distinta.
Monseñor Romero fue enterrado-embalsamado en la Catedral Metropolitana,
en el corazón de San Salvador, la capital.
El cuerpo del poeta Dalton aún sigue sin paradero conocido y
solo se sospecha que sus asesinos lo arrojaron en El Playón,
departamento de la Libertad. Un lugar desolado, cuya superficie está
poblada de piedras oscuras, volcánicas, donde curiosamente suelen
crecer las siemprevivas, cuenta su propio hijo Roque. El poeta había
profetizado en su poema Como la siempreviva: Mi poesía/
es como la siempreviva/paga su precio/a la existencia/en término
de asperidad.
Monseñor Romero fue beatificado 35 años después
de su crimen, en medio del clamor popular del pueblo salvadoreño,
tan mártir como su pastor, abatido por la bala de un francotirador
enviado por el régimen militar de turno. Fue el crimen del padre
Rutilio Grande por los militares, en 1977, el que despertó al
Obispo Romero y le llevó a abrazar sin límites la causa
de los pobres. Con la muerte de ambos se cerraba un ciclo y abría
otro de vastas consecuencias para la vida de los salvadoreños.
El pequeño mapa de
la muerte
El pueblo que había puesto tantos muertos desde el fusilamiento
de Farabundo Martí y de la masacre del 32, enfrentaría
una guerra civil durante doce años. En un territorio de poco
más de 21 mil kilómetros cuadrados, la historia recogería
la escalofriante cifra de 80 mil muertos, miles de mutilados y unos
500 mil exiliados. Dalton, quien cumplió en mayo 80 años
y 35 de su asesinato, está entre ellos. Un crimen bastamente
documentado y sus ejecutores identificados, solo falta justicia.
Quizás nunca se encuentre su cuerpo porque la leyenda urbana
dice que lo enterraron a flor de tierra y que los animales comieron
el cadáver que arrojaron las otras bestias.
Lo más que se ha hecho por Roque Dalton en su país, es
declarar el día de su nacimiento, el 10 de mayo, como el Día
Nacional de la Poesía en El Salvador y alguna estampilla con
su rostro.
En su poemario Las Historias prohibidas de Pulgarcito, Dalton
se refiere en Todos, a la masacre de 1932, que se estima entre
30 a 45 mil indígenas y trabajadores salvadoreños. "Todos
nacimos medio muertos en 1932", advierte Dalton a modo de testimonio
e irónicamente. "Ser salvadoreño es ser medio muerto/eso
que se mueve/es la mitad de la vida que nos dejaron".
Nunca dejó de registrar la vida y muerte, el presente y el pasado
como el futuro, la gente sencilla, sus luchas, el amor, sus convicciones,
y a El Salvador lo cargó en su mochila insurgente.
No sólo de palabras,
poesía
El autor de Taberna y otros lugares, La ventana en el rostro,
El turno del ofendido, Poemas clandestinos, le pide
perdón a la poesía por haberla ayudado a comprender que
no está hecha solo de palabras. Su diálogo con el quehacer
poético siempre fue crítico, irreverente, personal, con
oficio y sinceridad. Para Dalton la poesía está en la
vida y en los libros, al reencontrarse con ella en la lucha clandestina
(me refiero a su poema A la Poesía), no la considera
solo deslumbramiento, a este gran aderezo, como la califica, de la melancolía.
Recurre a ella para que le mejore en su combate y considera que está
en su lugar y no le aparta a él de su propio lugar. Y sigues
siendo bella/compañera poesía/entre las bellas armas reales
que brillan bajo el sol/entre mis manos o sobre mi espalda. Le
confiesa y asegura, pareciera que no le quiere dejar dudas de su vocación,
que sigue brillando junto a su corazón y que nunca le ha traicionado.
A Dalton no se le puede dividir entre la luz y la oscuridad o la poesía
y la política, cuya acción le condujo siempre a la vida,
a un compromiso con la palabra y la acción. Todos los caminos
que escogió le condujeron siempre, inevitablemente, a la revolución
poética y política. ¿Su quehacer literario y político
estaban escritos y él los volvía a reescribir?
Clandestino y de fácil carcajada
Era tan abierto como una carcajada, nariz aguileña arábiga,
de mediana estatura, agudo, crítico, descomplicado, comprometido
con sus causas: la poesía y la política. Escribió
hasta el final de sus días en la clandestinidad y utilizó
cinco seudónimos (uno de mujer) como si quisiera multiplicarse
con su palabra en el pueblo. Sus alias literarios estudiaron derecho,
como él, sociología, arquitectura o fue un dirigente católico
universitario.
Sin embargo, advertía en su primer poema del libro Poemas
clandestinos sobre nuestra moral poética, que no se debía
confundir, somos poetas que escribimos/desde la clandestinidad en
que vivimos/No somos, pues, cómodos e impunes anonimistas.
Una verdadera declaración de principios, siempre fiel a sus propias
convicciones y por ello no podemos soslayar a este Roque Dalton. Dice
en uno de sus versos que cabalgamos muy cerca de él (el enemigo),
en la misma pista. En el pequeño, diminuto, violento escenario
del país Pulgarcito, solía escribir que al sistema y a
los hombres que atacamos con nuestra poesía/con nuestra vida
le damos la oportunidad de que se cobren/día a día.
Vivió la urgencia de los setenta, años de vida y muerte,
la historia latinoamericana se tiñó una y otra vez de
sangre. Dalton, exiliado en México, Praga y La Habana, como tantos
latinoamericanos, no le restó horas ni coraje a su compromiso.
Nunca abandonó su diálogo con la poesía, el amor,
con sus lectores y pueblo. En Como Tú, poema firmado
como Timoteo Lúe, habla de sí mismo con sencillez y se
compara al prójimo, a ti lector, a mí, y nos habla de
sus afectos más puros y cotidianos: amo el amor, la vida,
el dulce encanto/ de las cosas, el paisaje/celeste de los días
de enero/También mi sangre bulle/y río por los ojos/que
han conocido el brote de las lágrimas. /Creo que el mundo es
bello/ que la poesía es como el pan, de todos. Y que mis venas
no terminan en mí/ sino en la sangre unánime/de los que
luchan por la vida/el amor/las cosas/el paisaje y el pan/la poesía
de todos.
Es la confesión simple de sus ternuras, el militante no va más
allá o acá de la vida. Convoca y une no solo su palabra
y convicciones, sino su cuerpo, vida, sangre con los que luchan por
los mismos principios, valores y el deseo de disfrutar las cosas bellas
y sencillas de la vida, las de siempre.
Se sumergió en la clandestinidad, la lucha política y
la poesía, sus dos mayores e irrenunciables urgencias. La pasión
es una llama que se apaga y paga con la vida. No es una consigna en
Dalton, sino una realidad cotidiana. Viejos oficios de los libertadores
y los mártires/ que ahora son nuestras obligaciones, escribe
en la clandestinidad, los años finales de su agitada, corta y
fructífera vida. Todo va muy rápido en su vida, Chile,
México, La Habana, Praga, Moscú, La Habana, Vietnam, El
Salvador, desde luego, la montaña rusa de sus días vertiginosos.
La muerte salvadoreña
es joven
Los hombres en este país son como sus madrugadas/mueren siempre
demasiado jóvenes, advierte Dalton en el 66/67 en su libro
Taberna y otros lugares y fechado en Praga/ La Habana. La verdad
como si se mirara a un espejo. El título del poema es del todo
sugerente: El Obispo.
Hay cosas detrás de las cosas, historia antes, sobre y después
de la historia -quizás la que más tenga futuro -y poesía
como para registrar desde la ventana de Noé el diluvio.
No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto, escribía
en 1961-65 en su libro El Turno del ofendido, no tenía
treinta años y ya vislumbraba su futuro en esa olla de presión
que fue por décadas El Salvador. En 1964 estuvo preso en la cárcel
de Cojutepeque, pero de acuerdo con la leyenda que conocíamos
en el sur a mediados de los sesenta, Dalton sobrevivió a un fusilamiento
y un terremoto le permitió huir de una de las mazmorras. La caída
de un presidente cuatro días antes de su ejecución fue
también una salvación para él.
Dalton que se reconoció en el canto nerudiano, vivió su
propia realidad poética y su pequeña patria heroica le
brindó un camino personal. Ahora vive una suerte de resurrección,
después de varios intentos de asesinarlo, aunque bastó
uno solo, para que ello ocurriera.
Patria dispersa: caes /como una pastillita de veneno en mis horas.
/¿Quién eres tú, poblada de amos, / como la perra
que se rasca junto a los mismos árboles / que mea? y también:
¿A quién no tienes harto con tu diminutez?», se
interrogaba Dalton, con una mezcla de dolor, amor, vergüenza y
de impotencia, podríamos decir.
Siempre entre el humor y el desgarramiento, le salvaba la ironía,
la risa, porque la esperanza es lo último que pierde el pobre.
Ahí en el centro de la historia salvadoreña del siglo
XX, se plantó el poeta que amaba la vida, no temía a la
risa ni a las balas.
El poeta se sobrevivía en el lenguaje, acompañaba con
las palabras el curso de sus días, mantenía un monólogo
abierto a sus lectores y el humor atravesaba la cotidianidad de sus
horas. En el poema El vecino, se retrata asimismo, con ironía
y da a entender con el título que se trata de otro, pero es él,
se biografía en la simpleza del texto. Con estos datos no hay
que ir muy lejos para encontrar a un poeta. No se esconde detrás
de las palabras, el poeta se visibiliza y convierte en común
y corriente, uno más. En unos veinte versos pasa revista a sus
años recorridos y dice, en el supuesto vecino, que trabaja, lee
mucho, canta por las mañanas, suele beber cerveza al mediodía,
conoce bien el fútbol, ama el mar, desearía tener un automóvil,
ha vivido en París, cree haber escrito un libro en versos, paga
sus cuentas al final del mes, ayudó a reparar el campanario.
Ahora está en la cárcel prisionero, también es
comunista, como dicen.
Dalton siempre en su clandestina transparencia, hereda su canto a los
desheredados de su pequeño país y de todas sus patrias.
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DATOS DEL AUTOR:
Rolando Gabrielli (Santiago de Chile, 1947).
Estudió Periodismo en la Universidad de Chile. Ejerció
hasta el 11 de septiembre de 1973 en su país. Fue Corresponsal
Extranjero en Colombia y Panamá (1975-79). Funcionario Internacional,
experto en la industria bananera, encargado de estrategias para los
ocho países de la región miembros de la UPEB, Editor de
la publicación científico-técnica y económica,
con circulación en 56 países, columnista de la revista
alemana D+C (1979-89). Escribe para varios periódicos panameños
como Analista Internacional y trabaja en el programa de la Unión
Europea-PNUD, Tips On Line, mercadeo de oportunidades empresariales
vía Internet. Asesor en estrategias empresariales, editor de
Suplementos especializados, ha trabajado y lo hace actualmente en marketing.