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Seis décadas de periodismo
Elena Méndez
03/04/2014



Elena Poniatowska,
Palabras cruzadas,
Biblioteca Era,
Ediciones Era,
México, 2013,
664 pp.



2013 marcó un año vital para Elena Poniatowska: no sólo celebró seis décadas de haber debutado en el periodismo, sino que también obtuvo el Premio Cervantes, el más prestigiado de las letras hispanas.

En Palabras cruzadas (Ediciones Era), su más reciente obra, se compila apenas un puñado de sus innumerables entrevistas.

Aparecen 35 personajes públicos pertenecientes a diversos ámbitos: la literatura, el cine, la música, la danza, las artes plásticas, el activismo social, la antropología, la arquitectura, la arqueología, la historia y la filantropía.

Dichas figuras no sólo son de origen mexicano; también hay nativos de Estados Unidos, Cuba, Argentina, Venezuela, España, Francia y Polonia. La mayoría ya ha fenecido.

Los textos aparecieron antes en Novedades, Excélsior, Mañana, La Jornada, El Financiero, El Nacional, Plural y Siempre!.

Resulta notable la evolución de Poniatowska en el oficio: de haber ingresado jovencísima a él, por necesidad económica, sin conocer siquiera los elementos indispensables para su tarea, pronto se vuelve una referencia indiscutible en el ambiente periodístico, al afinar su instinto.

El año en que debuta, aborda a Mario Moreno Cantinflas. El Mimo de México se porta cortante con ella, quien goza al provocarlo. Ella le llama 'Cantinflitas' y le hace preguntas incómodas, como ésta:

-Oiga, don Cantinflitas, dicen que los argumentos de sus películas son muy malos, ¿usted qué opina?

Cantinflas mira chueco y se suena:

-¿Qué quiere usted que le diga? Yo respeto la opinión del público. Me gustaría que alguien viniera a traerme aquí en vez de una crítica, un buen argumento (p. 110).

En contraste, la cantante María Victoria se muestra sencilla, afable. Narra desde cómo surgieron sus vestidos de sirena hasta cómo se refugió en el trabajo tras la muerte de su esposo, el músico Rubén Zepeda.

Otras entrevistas disímiles entre sí son las de los escritores Alejo Carpentier y Ricardo Garibay.

Carpentier estaba muy esperanzado con la Revolución Cubana. Cito: “¡Escogí el momento más importante de la historia de Cuba para regresar!” (p. 225).

Sorprende la autocrítica del cubano: denosta su ópera prima, ¡Écué-Yamba-Ó!: “hice una novela para negros, en la que no entendí para nada lo que es un negro” (p. 237).

Garibay, en cambio, se muestra pesimista, iracundo: confiesa estar frustrado por su pobreza; se encoleriza al declarar: “Se me acusa de estar vendido al régimen y eso es mentira” (p. 568) –por su amistad con Echeverría-; afirma, respecto a la situación literaria del país: “el escritor mexicano tiene muy escasa capacidad de creador (…) tenemos innumerables ejemplos de escritores mediocres (…) y harto estériles” (p.572).

Quienes también se muestran muy críticos son los literatos Salvador Elizondo y Jorge Ibargüengoitia y el exvocero del movimiento #Yosoy132, Antonio Attolini.

Elizondo sostiene: “En el cine mexicano no hay cerebros que funcionen” (p. 386). Y lo hace con conocimiento de causa: además de haber sido hijo de Salvador Elizondo Pani, productor de ¡Vámonos con Pancho Villa!, él mismo incursionó en el gremio, del cual señala sus prácticas viciadas. Enfatiza la necesidad de “la libertad y el dinero” para realizar cine en el país.

También hace aseveraciones contundentes sobre la literatura mexicana: “Los escritores tenemos hambre, aunque queremos esconderlo (…) estamos al borde de la anemia perniciosa” (p. 392); “El tratamiento que se le da al escritor en México es realmente deplorable. Se nos trata (…) con un desprecio profundo” (p. 393).

Los exabruptos de Ibargüengoitia resultan desopilantes: arremete contra Luis G. Basurto: “Es un pésimo autor teatral. Ni siquiera vale la pena hablar de él” (p. 397); contra Sergio Magaña: “El Moctezuma es el furcio (churro) más espantoso que se ha escrito” (p. 398); de Carlos Solórzano: “es el padre del provincianismo en México” (p. 399). Más aún, alega: “nadie en México sabe lo que es el teatro mexicano, ni yo mismo, porque no existe” (p. 402); “en el fondo no creo que ninguno de nosotros esté haciendo algo verdaderamente útil o necesario para México” (p. 403). Declaraciones de las cuales se deslindaría.

Poniatowska le concede, mediante una extensa entrevista al jovencísimo Attolini-quien fuera expulsado del movimiento estudiantil #Yosoy132 tras incorporarse a Televisa- su derecho de réplica. Lo cuestiona sobre su presunta incongruencia; más aún, traición, a los principios que solía defender. Attolini demuestra una gran habilidad retórica, al argumentar que él se está sirviendo de ese espacio para trasmitir sus ideales, y que, en caso de que lo hayan ‘comprado’, lo que compraron en realidad es “una voz crítica con argumentos sustentados con un rigor científico” (p. 514).

Un par de entrevistas muy emocionantes son las efectuadas a la cupletista española María Conesa y al Santo, el Enmascarado de Plata.

Si bien la Gatita Blanca a ratos se muestra voluble con Elena, llega a encariñarse con ella y hasta le danza. Son exquisitas sus anécdotas: cómo le regaló un fino abanico a la señora de Madero; cómo osó arrancarle los botones de la guerrera al Centauro del Norte; cómo le bailó a don Porfirio, al hallárselo en París, ya desterrado; cómo recuperó, a través de Agustín Lara, las alhajas antiguas que La Doña no le devolvía…

La entrevista del Santo emociona, por las reacciones que provoca en la gente. Comenta el luchador: “En Haití (…) filmamos la ceremonia del vudú con personajes reales, porque todos querían participar en mi película”; “en un hospital (…) el médico director del sanatorio no sólo nos los prestó, sino que actuó de zombie en la película, al igual que sus enfermeras, sus internistas y sus laboratoristas con todo y laboratorio” (p. 438). La propia Elena acude a verlo luchar, acompañada de sus pequeños, Felipe y Paula, que al principio se horrorizan. La niña luego se acopla, entusiasmada.

Otro personaje trascendental es Jaime Sabines, nuestro Benedetti mexicano: hombre insomne, angustiado, modesto, tímido, llegó a ser “ídolo de la juventud”, “poeta de multitudes apoteósicas”, a decir de Poniatowska.

Sabines creía que “El poema debe ser vivencia. Si no es carne y sangre y huesos de uno mismo, no vale la pena” (p. 446).

Julio Cortázar se desborda de ternura. Revela su infancia, en la que no fue feliz porque vivía inmerso en la fantasía y eso era incomprensible para sus compañeros. Mas, por ello mismo, hay una fuerte presencia de niños y jóvenes en su obra literaria.

Tierno también es Francisco Gabilondo Soler, Cri-Crí, quien se inició como autor de canciones infantiles a instancias de Emilio Azcárraga Vidaurreta. No obstante, jamás pudo escribir por encargo. El Grillito Cantor se basaba en los recuerdos de su niñez al lado de su abuelita. Su éxito fue tal que Walt Disney le ofreció comprarle los derechos de sus composiciones, a lo cual se negó rotundamente.

A Emilio El Indio Fernández conmueve saberlo solo y en la inopia, pese a vivir en una casa opulenta, rodeado de obras de arte de Orozco, Rivera, entre otros.

Nadie lo imaginaría melancólico y hasta lírico:

-Y usted, ¿cómo calificaría su propio cine?

-Ya ni me acuerdo de él. Supongo que como atisbos.

-¿Atisbos de qué?

-De un México que se está yendo.

(p. 356).

Consuelo Velázquez y Gabriel Vargas fueron dos ídolos populares a quienes la fama tomó por sorpresa: mientras la autora de Bésame mucho logró ser interpretada alrededor del mundo, el caricaturista publicó durante décadas su historieta La familia Burrón, donde satirizaba la miseria del mexicano.

Destacan, por su compromiso social y político, las voces de Rómulo Gallegos –quien llegó a ser presidente de su natal Venezuela-, José Revueltas –que llegó a inculparse por el movimiento estudiantil de 1968- y Fabrizio Mejía Madrid –quien recibió amenazas por parte de Gustavo Díaz Ordaz Borja, tras escribir una novela sobre su padre: Disparos en la oscuridad (2011), donde registra los delirios que le produjo el poder.

Otros personajes que asoman en estas páginas son: Nicolás Guillén, Yolanda Montes Tongolele, Pilar Rioja, Hanna Schygulla, Cristina Rubalcava, Félix Candela, María Rojo, el padre Chinchachoma, Alfonso Caso, Juan Gabriel, Alfonso Arau, Benita Galeana, Oscar Lewis, Fernand Braudel, Chucho Reyes Ferreira, Renato Leduc y Lola Beltrán.

En Palabras cruzadas, no sólo los personajes son revelados. Poniatowska se revela, también, a sí misma: lúcida, provocadora, juguetona, compasiva, perspicaz.



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DATOS DE LA AUTORA:


Elena Méndez (Culiacán, Sinaloa, México, 1981).- Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Narradora. Redactora de www.homines.com Subdirectora de www.revistaespiral.org Ha participado en los talleres literarios de los escritores mexicanos María Baranda, David Toscana, Cristina Rivera Garza, Andrés de Luna, Federico Campbell, Anamari Gomís y Antonio Deltoro. Textos suyos han sido publicados en España, Chile, México, Estados Unidos, Brasil y Colombia.