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El abstracto poético de Paula Martins
Juan Diego Caballero
16/11/2007


Sabido es que en los países del mundo desarrollado la expresión artística se ha convertido en uno de los elementos de la cultura de masas y no, precisamente, de los de menor importancia. Los exorbitantes precios que se alcanzan en las grandes subastas son una prueba de ello. Igualmente, cualquier ciudad que se precie dispone hoy, al menos, de un centro artístico relevante y, si puede ser, levantado por un arquitecto de prestigio. Los gestores políticos han descubierto que el arte puede ser una inversión rentable, al menos desde el punto de vista de las repercusiones mediáticas que alcanzan las inauguraciones de obras, de edificios o de grandes exposiciones. Capitalismo y arte parecen ir, hoy más que nunca, bien cogidos de la mano.

Pero, ¿qué ocurre más allá de los países del primer mundo? ¿Qué sucede donde no hay grandes circuitos artísticos o donde el arte aún no ha impregnado la cultura de masas? En esas zonas los artistas quedan confinados a ámbitos muy reducidos y su producción resulta escasamente difundida. Frente al arte global de la sociedad del consumo, aquí se mantiene un arte local, que apenas dispone de vías para ser conocido mucho más allá de los lugares en los que surge.

Sin embargo, este panorama está empezando a modificarse: la simple existencia de Internet permite a cualquier artista, en cualquier parte, colocar sus obras en la red y disponer, al menos potencialmente, de unas audiencias insospechadas hace unos años. Es de esta forma como hemos conocido la pintura de Paula Martins, una artista mexicana cuya producción se incardina, fundamentalmente, dentro de esa corriente abstracta que desde Kandinsky llega hasta nuestros días con éxito diverso.

La soledad, una aventura. Acrílico sobre tela, 2007 La soledad, una aventura. Acrílico sobre tela, 2007 (detalle)

Siendo México, como es, el vecino pobre de los Estados Unidos, parece como si la historia del arte mexicano se desarrollase a grandes saltos. Así, del espectacular arte de los pueblos prehispánicos de la zona se pasaría al del periodo colonial y de este, casi sin solución de continuidad, a la ingente obra de los pintores muralistas que alcanzaron fama internacional en las primeras décadas del siglo XX. Pero después de ellos (y, con ellos, de Frida Kahlo) puede tenerse la impresión de que el arte, sobre todo en lo que a la pintura respecta, se hubiese sumergido en una suave penumbra de la que no emerge ni en los momentos actuales.

Sin embargo, en México se hace arte, se pinta y se pinta bien. Las semillas de aquellos muralistas no cayeron en el desierto, de modo que la pintura mexicana actual presenta numerosos matices, multitud de tendencias, en algunas de las cuales podemos observar la influencia evidente de planteamientos de raíz expresionista. Otra cosa es el arte abstracto. A un observador distraído podría parecerle como si la gran revolución pictórica que supuso en los Estados Unidos el desarrollo tras la Segunda Guerra Mundial del expresionismo abstracto no hubiese tenido su correlato al sur del río Grande. Parecería, pero sólo eso. Tímidamente, en los años 50 del pasado siglo se desarrolla en México una escuela de pintura abstracta que, de alguna manera, sigue los ritmos que llegan desde el vecino del norte, reelaborándolos y reinterpretándolos y alcanzando al mismo tiempo, sus propias conclusiones. Más tarde y con fortuna diversa, el abstracto se ha mantenido presente en el arte mexicano, como ha sucedido también en muchos otros lugares.

Es en esas raíces en las que (quizás sin que ella misma lo pretenda) deben buscarse los orígenes de la producción pictórica de Paula Martins. Nuestra artista nació en Lisboa (1958), lo cual desde luego es una gran fortuna, aunque motivos familiares la llevaron a trasladarse a México en plena juventud. Allí reside desde entonces, afincada en la ciudad de Hermosillo, capital del estado de Sonora, al noroeste del país. Curiosa mezcla ésta la de una mujer de alma lisboeta que se hace mexicana y acaba estudiando Psicología, al tiempo que desarrolla también estudios de arte, sin que éstos tuviesen un carácter estrictamente académico. En esos años, Paula indaga en la pintura de Kandinsky y Klee y se sumerge, como en una atracción fatal, en los universos de la abstracción. Descubre, pues, el mundo fascinante del color, de la forma y de la línea y comienza a trabajar con estos elementos desde una perspectiva absolutamente personal e intimista que se irá consolidando con los años. Desde entonces, se va abriendo camino lentamente en el mundo del arte mexicano: pequeñas exposiciones individuales o colectivas que se suceden a un ritmo irregular, así como dos becas concedidas por las autoridades de su estado avalan esta trayectoria.

Intimidad con el silencio, acrílico sobre tela y triplay, 2007 Intimidad con el silencio, acrílico sobre tela y triplay, 2007 (detalle)

Como, seguramente, en México serán pocos los artistas que logran vivir de su propio trabajo, Paula Martins combina su vocación por el abstracto con una actividad profesional: renuncia al ejercicio de la Psicología y opta por la docencia en el campo de las técnicas artísticas, ejerciendo su labor en centros educativos en los que consigue de sus alumnos resultados verdaderamente espectaculares.

El tercer eje que vertebra la producción pictórica de Paula Martins es una serena reflexión sobre la realidad basada, en cierta medida, en sus lecturas poéticas, que la pintora afirma realizar para “entender la vida, para entender a los otros y, finalmente, para entenderme y entender las cosas que hago”. Viendo sus cuadros esta relación entre pintura y poesía aparece de manera evidente ante el espectador. Hay un profundo sentido lírico en las obras abstractas de esta autora, que trabaja sin prisas y que parece mostrarse ajena a los fastos del mundo del arte; que se decanta más por buscar en su público un cierto efecto de sorpresa, aunque sea a base de unas sorpresas sencillas, como ella misma tituló la exposición de una serie de sus obras que se clausuró hace unos meses en Hermosillo, auspiciada por el Instituto Sonorense de Cultura.

Desde la introspección y la reflexión de raíces poéticas Martins crea unas obras ciertamente personales. En muchas de ellas es nítidamente apreciable un modelo de organización del espacio pictórico que podría resultar, a primera vista, tendente a la geometrización, como ocurre en aquellos cuadros en los que líneas verticales parecen compartimentar el espacio, dejando que sea el color el que nos descubra otros ámbitos bien diferenciados. En algunos casos, este modelo parece aproximarse a ciertas obras realizadas por Bradley Walter Tomlin y Adolf Gottlieb en los años de eclosión del expresionismo abstracto. Sin embargo, en otros cuadros las formas parecen diluirse y el resultado del trabajo artístico se aproxima más al dripping de Jackson Pollock, aunque a diferencia de éste, la pintora no coloque el lienzo en el suelo, sino que lo disponga verticalmente “para dejar chorrear la pintura sobre el papel o la tela”, dejándose “llevar por las miles de posibilidades y por lo que el agua y la pintura me van diciendo”.

Hay tantas otras cosas (detalle) Hay tantas otras cosas (detalle) 

Pero, en el fondo, si una primera mirada descubre en los cuadros de Paula Martins un ambiente cercano a lo geométrico, una visión más detenida y sosegada, sin prisas, alcanza a encontrar el verdadero nervio central de su pintura, la clave de bóveda de su particular forma de entender la obra de arte. Cualquiera de sus cuadros nos sitúa ante un ritmo de naturaleza poética, una verdadera invitación al sosiego y la introspección.

Y así se desenvuelve el universo creativo de esta artista, por lo demás dotada de un sentido especial para la captar lo fugaz en una imagen fotográfica. Interesada en la luz y en el color; amiga de la línea y de la relación entre ambos elementos; asombrada permanentemente por la capacidad creativa de sus propios alumnos, de los que afirma aprender casi de manera permanente. Paula Martins no tiene marchante ni ninguna galería de arte que comercialice de manera permanente su obra. No vive en una gran capital del mundo del despilfarro artístico. Pero crea arte de primera calidad, pintado desde el alma y con el alma.

Decía Borges, a quien tanto valora nuestra artista, que “a mi sólo me inquietan las sorpresas sencillas”, pero en el caso de Paula Martins sus “sorpresas sencillas”, aun vinculándose a la obra borgiana, no resultan inquietantes. Por el contrario, la inquietud de la artista durante el acto pictórico se resuelve en beneficio del propio espectador. Paula Martins se interroga a sí misma para provocar respuestas en nosotros. La sorpresa agradable, en definitiva. La vida, vista desde los ojos de una mujer volcada al arte en un país que pugna por subirse al tren del primer mundo. Por eso su obra se acerca más a la de Mark Rothko, pese a las distancias formales, quien afirmaba que “todo el arte es el retrato de una idea”. Ideas poéticas en nuestro caso. El abstracto poético.

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DATOS DEL AUTOR:


Juan Diego Caballero Oliver (Sevilla, 1957), dedicado a la enseñanza desde 1980, es catedrático de Geografía e Historia en el IES Néstor Almendros de Tomares (Sevilla), donde ocupa el cargo de Jefe del Dpto. de Geografía e Historia. Tiene diversas publicaciones destinadas al alumnado de Educación Secundaria y ha sido Director, Vicedirector y Jefe de Estudios en varios IES de Cádiz y Sevilla. Además es el autor del blog ENSEÑ-ARTE.