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Pablo Espinosa, un melómano insaciable
Elena Méndez
04/02/2017




“Donde música hubiere, cosa mala no existiere”. Esta frase de don Quijote aplica, perfectamente, para los afanes de Pablo Espinosa (Córdoba, 1956), autor de La música, ese misterio (Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2016).

Espinosa, melómano insaciable y musicólogo autodidacta, confiesa haberse formado musicalmente en la Sala Nezahualcóyotl, a la cual acudía, desde muy jovencito. Ese recinto artístico, sede de la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México, le inspiró un libro, escrito en coautoría con Edith Silva Ortiz: Sala Nezahualcóyotl, una vida de conciertos (UNAM, 1996), con el que homenajeó al lugar en su vigésimo aniversario.

La música… coeditado entre la Universidad Nacional Autónoma de Nuevo León y el Fondo Editorial de Nuevo León, compila 27 textos periodísticos que el autor ha publicado en los dos medios donde actualmente participa: La Jornada y Revista de la Universidad.

La obra, dividida en los apartados “Escuchas” y “Voces”, cuenta con un emocionado y emocionante prólogo del poeta Alberto Blanco, donde se conmina a encontrar la música en todas partes.

    

Espinosa lo mismo puede hablar del estruendo subversivo de Jimi Hendrix que de la búsqueda del silencio en Meredith Monk; conducir al lector, cual moderno Virgilio, al infierno de Janis Joplin; explicar, sin pedantería alguna, en qué consiste la quironomia, ese movimiento de manos que controla toda una orquesta; conmover y conmoverse ante la permanencia fugaz suscitada entre Leonard Cohen y la Bruja Cósmica; azorarse y reír, a la vez, con la ‘incomprensión’ de quienes interpretan a Jean Sibelius; aspirar las gardenias derramadas en el tocado de Billie Holiday, la doliente y luminosa Lady Day; regocijarse con la ofrenda hiperbórea de Bobo Stenson; calarse el bombín de Erik Satie, el rosacruz con singular sentido del humor; abrazar, con palabras, a un desconsolado Anton Bruckner, al que sólo unos cuantos pudieron descifrar en su momento; regocijarse con la ofrenda hiperbórea de Bobo Stenson; festejar la vida en círculos, como los balcánicos, o siguiendo a una moza de cuerpo dorado, como Jobim y Moraes en la playa de Ipanema…

Entrevisto a Espinosa por correo electrónico. Me lo imagino haciendo mudras con las manos, sonriendo ampliamente, escuchando a su amado Arvo Pärt, acariciando a un colibrí, jugando con su Mozart de porcelana mientras piensa qué contestarme…


-¿Cómo fue que la música se volvió una pasión para usted?

Antes de nacer ya había música en mi vida. Mi madre cantaba siempre. Recuerdo que mi juego favorito de la infancia consistía en pedirle que se sentara y cantara para mí. Yo ponía mi oído izquierdo en su espalda y con él volvía yo a escuchar su voz dentro de su cuerpo, como cuando la escuchaba mientras estaba yo en su útero.

Con el oído derecho, mientras tanto, escuchaba su voz natural. Y me gustaba juguetear tapando y destapando alternativamente mi oído derecho y así escuchaba en estéreo, o monoaural, o bien me separaba un momento del cuerpo de mi madre y escuchaba su voz en todo el ambiente.

En mi casa había siempre música. Mis padres cantaban, canciones populares, mientras en la radio sonaban las voces de Toña la Negra, Emilio Tuero, Agustín Lara. Mi hermano mayor hacía sus sesiones de escucha al anochecer y fingía que no se daba cuenta que, la luz de su estudio apagada, yo me deslizaba subrepticiamente y sentado en el piso cerraba los ojos y escuchaba el programa que había elegido para esa noche, siempre en formato igual al de las salas de concierto: una obertura (de Rossini), un concierto para piano (Beethoven, el Concierto Emperador) y una Sinfonía, La Novena, también de Beethoven. Otro de mis hermanos tenía una hermosa trompeta plateada con la que alternaba voz y sonido y, pintándose el rostro con zapote negro y enarbolando un pañuelo blanco, imitaba a Louis Armstrong.

De manera que la música forma parte natural de mi vida. Es mi manera de respirar, como me dijo Arvo Pärt cuando lo conocí.

-¿Cuál fue el primer disco que compró?

Mi primer disco contenía Una pequeña música nocturna y la Sinfonía Praga, de Mozart. Me costó 60 pesos y con los otros 60 me compré unos tenis Superfaro. Fue mi primer salario en mi vida, tenía yo ocho años de edad y lo consagré íntegro a la música y al deporte, mis dos pasiones junto con la lectura. Libros había siempre en mi casa, en especial los clásicos. A esa edad leí por segunda vez La Ilíada y La Odisea, de Homero, lecturas que habrían de definir mi camino, pues desde entonces suelo escuchar todos y cada uno de los sonidos que hay en los libros, en aquel caso, por ejemplo, el plas plas plas de los remos de las embarcaciones al llegar o salir de Ítaca, o cuando llegaron a la isla de las sirenas, y aunque nunca me ha gustado la guerra, escuchaba el sonido de las flechas rebotando sobre los escudos de los guerreros, luego de silbar en su vuelo por los aires.

-¿Y el más reciente que ha comprado?

El disco más reciente que he comprado es Blue and Lonesome, el mejor que han hecho en su vida los Rolling Stones. Pero casi nunca compro un solo disco cuando voy a la tienda. Esta vez compré también el soundtrack del más reciente filme de Woody Allen, Café Society y también el nuevo disco de Sting y una antología-homenaje a Prince y varios discos de Ludovico Einaudi.

-“Del dolor nace la belleza”, aseguraba Vincent Van Gogh. ¿Puede decirse que esos fueron los casos de Robert Schumann, Bill Evans y Billie Holiday?

El dolor no es necesario para crear belleza. Se crea belleza a pesar del dolor, contra el dolor, para disipar el dolor. Los casos de Schumann, Evans y Holiday son extremos. El infierno en la mente de Schumann, la ausencia de sonrisas en el rostro de Evans, el dejo de tristeza en el gesto de Holiday, son ecos de existencias doloridas. Muchas veces me he preguntado si hubieran sido felices ellos tres, hubieran producido música de tanta belleza como la que hicieron, y siempre me respondo que sí, porque en los tres casos se trata de expresiones de sus almas. Pienso en Mozart, mi compositor favorito, que siempre está de buenas, toda su música es sonrisas, pero eso no significa que haya sido inmensamente feliz todo el tiempo. Mozart es mi compositor favorito porque su música encierra todas las emociones, todas: alegría, tristeza, preocupación, esperanza, todo. Pero siempre con una sonrisa.

-Así como realizó una entrevista imaginaria a Jean Sibelius, ¿qué le hubiera preguntado a Erik Satie?

¡Una entrevista a Erik Satie! ¡Qué excelente idea! Sería absolutamente divertida. Le hubiera preguntado, entre otras muchas cosas, si sus Verdaderos Preludios Blandos ya están tiesos, si sus Tres Pedazos en Forma de Pera ya maduraron, si su Sonata Burocrática sigue checando tarjeta, si su Música de Amueblamiento ya la revisó el tapicero, si ya usó sus más de cien paraguas que nunca abrió, y si el gorrión con dolor de muela que menciona en una de sus obras ya fue al dentista.

-¿Qué duetos o colaboraciones improbables se le antojaría escuchar?

Como la mente es muy poderosa, me imagino a Volfi Mozart sentado en el mismo taburete frente al mismo piano, interpretando el movimiento lento de su Sonata para piano a cuatro manos haciendo equipo con Arvo Pärt. También, a Johann Sebastian Bach tocando el teclado para que su mujer, Ana Magdalena, cante y después ella se sienta a tocar sus Seis Suites para Violonchelo Solo, que ella escribió pero que la historia, machista como es, atribuye a su marido. Y ya en esas, veo a Nannerl, la hermana de Mozart, triunfar como compositora y concertista en la Philharmonie, la sede de la Filarmónica de Berlín. También, veo a Monsieur de Sainte-Colombe tocar la viola da gamba mano a mano con Jordi Savall, así como veo sobre el podio a Beethoven, dirigiendo con un cucurucho de papel periódico -La Jornada, de preferencia-, su Novena Sinfonía, él ya completamente sordo. También, veo a Glenn Gould tocar el piano para que Anna Prohaska cante hermosas canciones con el tema de sirenas. Y veo también en mi estudio, en mi casa, a Olivier Messiaen, ese gran observador de aves que salía al campo por las mañanas a verlas y anotar sus cantos en papel pautado, contemplando los colibríes que entran todos los días por mi ventana.

-¿Qué canción le hubiera gustado componer?

Cuando me siento a escribir, a veces resultan canciones. Sin rima, sin estribillo, sin música, sin papel pautado. Porque me percato que persigo el ritmo, la cantilación, las sinuosidades, el movimiento de las sílabas que es idéntico a como se suceden las notas en una obra musical. Muchas veces, de esa manera, siento que escribo música sin partitura, palabras que tienen ritmo, armonía, melodía y contrapunto, que son los cuatro puntos esenciales de la música.

-¿Qué género musical desearía haber inventado?

No me veo inventando un género nuevo, sino trasvasando, traspasando, navegando, flotando entre los distintos géneros. Como reportero, siempre busco los géneros más difíciles de conseguir, que son la crónica y el reportaje y cuando los hago mezclo siempre elementos de otros géneros, como el ensayo, de manera que la escritura me resulta siempre una diaria invención.

-¿Qué compositor le provoca los más grandes episodios de sinestesia?

György Ligeti, sin duda y en particular sus obras tituladas Lontano y Lux Æterna, cuando las escucho mediante audífonos profesionales y cierro los ojos. Mi experiencia sinestésica más intensa me ocurrió en Guanajuato, durante un Festival Cervantino, en el Templo de la Valenciana, cuando The Hilliard Ensemble interpretó Stimmung, esa obra monumental, de 70 minutos, de Karlheinz Stockhausen y entre la penumbra comencé a ver bellísimas tonalidades lila, rosa, naranja, verde líquido. Toda una experiencia. La sinestesia, hay que decirlo, al igual que la dislexia, son incomprendidas y a quienes la experimentan los consideran anormales, cuando en realidad se trata de capacidades muy poderosas

-Si su alma pudiera identificarse con un instrumento musical, ¿con cuál sería?

Con el oboe, porque posee un sonido único, tan lleno de ternura y de misterio, de sensaciones agradables siempre. Crea entornos amables, amorosos. Es un instrumento del amor. Su sonido siempre suena a amor. Su cántico es de madera, muy vivo, latiente. Canto vegetal. Sabia savia. Se emparenta en belleza con el sonido de la viola da gamba, la abuelita del violonchelo. Y sabemos que la viola da gamba es el instrumento que más se acerca a la voz humana. Así el oboe. Pero el oboe se acerca del lado del corazón. Del lado del amor.

-Si alguien compusiera el “Corrido de Pablo Espinosa”, ¿qué elementos biográficos le gustaría que tuviera?

Sería el corrido más corto de la historia de ese género: “Amó”.

-¿Tiene pensado elaborar la biografía de algún artista?

Desde niño me fascina leer biografías. Es de los géneros más difíciles. Tanto, que una de las razones por las que he escrito sobre la vida de algunos artistas, especialmente músicos, es porque nunca he estado de acuerdo con la manera como los biógrafos los esquematizan, minimizan, caricaturizan, desprecian sin quererlo. El extremo lo recuerdo en mi infancia: la ‘vida’ de Chopin llevada al cine e interpretada por el actor Dirk Bogarde: moribundo de tuberculosis, se sienta ante el piano y en el movimiento lento y un instante de silencio, una gota rojísima de sangre sale de su nariz y pinta el marfil blanco de una tecla del piano y en la sala de cine de mi pueblo, Córdoba, todos patalearon en coro contra el piso.

Más que tener proyectos de escribir biografías, lo que yo suelo hacer son retratos. De hecho uno de mis textos en la Revista de la Universidad se llama “Cuadros de una exposición”, porque puse una serie de retratos de compositores a mi alrededor y fui escribiendo lo que cada rostro me decía, de acuerdo por supuesto a los datos reales de sus biografías.

Hay personajes con quienes todavía no me atrevo. Por ejemplo, ya llevo años estudiando a Nina Simone y no he tenido el valor de sentarme a escribir, porque siento que todavía no estoy a la altura de tan digno personaje. Igual me sucede con Alma Mahler y con el Carefoca, Dámaso Pérez Prado, de quien preferí guardar silencio frente a su centenario, que acaba de ocurrir, a escribir sin que me sintiera satisfecho, pues él es un excelente ejemplo de un personaje desconocido. Y no me refiero, insisto, a sus datos biográficos, sino a su música. Mi manera de acercarme a todos los compositores de quien he escrito retratos, es a partir de su música, porque eso es lo que más fielmente los retrata.

-¿Algún mensaje de budista a budista para Leonard Cohen, recientemente trascendido?

OM MANI PADME HUM.


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DATOS DE LA AUTORA:


Elena Méndez (Culiacán, Sinaloa, México, 1981).- Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Narradora y periodista cultural. Autora del volumen de cuentos Bipolar (Linajes Editores), considerado por el crítico literario Ignacio Trejo Fuentes como una de las mejores obras de narrativa mexicana publicadas durante 2011.