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Jorge Iván Restrepo
Donaldo Altamirano
13/05/2005



'La luz es el primer estrato visible en el camino hacia lo invisible'
José Lezama Lima -(en interpretación libre)-


Jorge Iván Restrepo. En los senderos luminosos de lo invisible

He asumido el reto de esta presentación asimilándola a ciertas artes sigilosas, a las traducciones que se dan de silencio a silencio, a la alquimia y al trasiego de significaciones veladas o esquivas. Apelando a lo que Octavio Paz llama "los privilegios de la vista" en su pureza original, es decir, disminuyendo un tanto el auxilio inmediato de una lógica consuetudinaria, afirmaré en cambio la necesaria primacía de la intuición. Por tanto, me disculpo de antemano si en algunos momentos mis palabras asumen menos los procedimientos de la demostración palmaria, que los mecanismos sugestivos de la expresión poética, si adoptan algunos sesgos imprevistos de la metáfora, en el afán de insinuar al menos tanto como le ha sido dado solazarse a solas, en luminosos abismos de silencio, a nuestra propia imaginación.

Espero proponer apenas algunas sugestivas pautas de lectura, trazar algunos puntos de perspectiva generales, suscitar provocaciones, tentaciones inter-subjetivas, para que cada uno de nosotros empuje al vuelo (cuando y hacia donde mejor le plazca) su propia sed de encontrarse cara a cara con lo inesperado y lo desconocido.

Al considerar este despliegue de la presente fase de la obra de Jorge Iván Restrepo, nuestra primera advertencia apunta a despojarse de los prejuicios de una lectura fríamente newtoniana, o mecánicamente cartesiana. Por el contrario, consideremos que hay una ferviente calidez de simpatía, que vibra una flama de cordialidad insuflando ánimo en estas complejas composiciones, que un gesto amable nos invita persuasivo a penetrar en la urdimbre colorida de estos lienzos. Pero antes, es requisito asumir nuestra renuncia a cualquier opinión apresurada. Resulta siempre aconsejable una previa suspensión de nuestro juicio. Hay que impregnarse sin prisas del silencio de estas pinturas, como cuando se desviste un cuerpo saludable y se tiende a cielo abierto para recibir los rayos de la luz solar, sin pretensiones de una inmediata traducción a solfas, a cifras, ni a discursos.

Azul de amapala
Cielo de enero para Claudia

Una segunda cautela aconseja percatarse de que el color en estas pinturas está vivo, que palpita con pulsación autónoma y autosuficiente, que fluye o se detiene nutrido de profusas savias orgánicas, que brota como un venero de sustancias vitales que enlazan las definiciones fugitivas de la forma con las manías epifánicas de la luz. Existe una presencia escurridiza, abstractamente orgánica y vital que tiembla entre el delirio geometrizante de las formas, entre la trama palpitante donde unos reflejos de lumbre imantan y seducen a nuestra mirada. Advirtamos que entre el frenesí constructivista de esos rectángulos reunidos en muchedumbre, nace, respira, crece y se multiplica el espectro de la luz. Luz universal, ubicua y omnímoda, que al igual que la memoria (al decir de Jorge Luis Borges) los hombres no podemos contemplar sin sentir vértigo.

Quiero llamar la atención hacia la presencia nada casual de los colores metálicos. Oro, plata, azogue, estaño y otros metales se entrelazan en el concierto tempestuoso de otros colores geológicos, vegetales o acuáticos. Durante algunos momentos de mayor intensidad, late a flor del lienzo un esplendor de cobres prehistóricos, irrumpe una fanfarria de bronces arcaicos, son los antiguos metales de la sangre lustral, laboriosamente desprendidos de su herrumbre, pulidos por un trabajo centenario de forja, de ataujía, de bruñido y repujado. Hay un paciente orfebre, hay un artesano martillador de bronces que pulsa sus escalas ancestrales desde los venajes recónditos del pintor Restrepo. En las entretelas subconscientes del pintor contemporáneo, del artista informado y actual, laten las inquietudes transmigratorias de un artesano legendario, como alguna vez dijera de sí mismo Stephen Dedalus (es decir James Joyce).

Composición para todos
Yohoa
Día y noche en Yohoa

En el conjunto de estas pinturas encontramos tanto aventura como renuncia, tanto osadía e inconformismo como reserva, comedimiento y austeridad. Una de las renuncias manifiestas, evidentes, obvias, se traduce en el desapego por las intrigas morfológicas del dibujo tradicional. Restrepo dibuja a contrapelo, a contramano, por hallazgo y por sorpresa, vuelto de espaldas contra sus personales propósitos de aventura y de exploración. Diríamos que el artista se abisma en un proceso durante el cual la luz y el color se van dibujando solos, motu proprio. De tal manera que por detrás de las complejas urdimbres donde la fiebre reproductiva del color se bate en duelo con las filtraciones irreprimibles de la luz, se gestan unas formas difusas, embrionarias, siempre incipientes, siempre en ciernes, que no aspiran sino a provocar de leve, a rozar apenas los mecanismos integradores de nuestra percepción figurativa.

Dos movimientos básicos se complementan en la metodología de este pintor colombiano. Uno de ellos es analítico, la estrategia de composición procede con frecuencia con recursos análogos a los del puntillismo, vistas desde cerca las grandes formas se descomponen en una multitud de breves trazos rectangulares, que parecen afirmar una parábola atomista, o sustentar una teoría corpuscular de los desplazamientos de la luz. El segundo procedimiento es sintético, y exige la participación activa del espectador, ya que se evidencia al contemplar estas obras desde lejos. En tal caso, los corpúsculos, las mónadas, las partículas atómicas se arraciman, se complementan, se mezclan, se penetran, se integran en sugerencias orgánicas, en progresiones rítmicas, en escalas tonales, en nutridos enjambres, en espesos follajes, en raudas bandadas aéreas, en compactos rebaños terrestres o acuáticos.

Por las rendijas donde la luz se filtra, por las mismas fisuras por donde la luz asciende hacia los vértices de la abstracción, se cuelan unas irreprimibles sugerencias de paisaje, chorrean unos latidos de savia vegetal, se traman vastos despliegues de una arquitectura biológica, fluyen y refluyen unos espejeos de profundidad acuática, o irrumpe en un explayarse oceánico la apoteosis de unos celajes vespertinos. En fin, una vasta escala de analogías nos abre espacios de progresión al infinito. En este punto se vuelve oportuna una tercera y final advertencia, para no aferrarnos a determinismos interpretativos, para evitar caer en la tentación de las definiciones absolutas. Teniendo en mente siempre la lección definitiva de dialéctica que nos da G.W.F. Hegel en su "Fenomenología del Espíritu": la verdadera realidad no se reduce a sus resultados finales, la Realidad es, de principio a fin, todo el proceso conjunto de su propia gestación.

(Tegucigalpa, lunes 12 de abril de 2004)