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Realismo y Naturalismo Decimonónico: Francia y España
Remedios García Rodríguez
14/05/2012


Quizás pocas cuestiones deberían despertar en nosotros una atención tan especial si nos interesa el arte, como la realidad que en él se representa, manipula o transforma. Otro tanto debería suceder con los realismos que se dedicaron a reflejarla en distintas y variadas ocasiones durante este siglo.

Quizás pocas cuestiones deberían despertar en nosotros una atención tan especial si nos interesa el arte, como la realidad que en él se representa, manipula o transforma. Otro tanto debería suceder con los realismos que se dedicaron a reflejarla en distintas y variadas ocasiones durante este siglo.

El Realismo es tan multimilenariamente viejo como el arte mismo. Existe desde Altamira y sus manifestaciones nos despiertan muchas y variadas sensaciones. El Egipcio sentado en el Louvre, nos deja estupefactos. Un retrato de la Roma Imperial, nos impone, Velázquez nos hace penetrar en la interioridad humana.

Gustave Courbet (1819-1877) Gustave Courbet, Los picapedreros Gustave Courbet, El Entierro de Ornans

Ya más cercanos a nosotros mismos, nos desconciertan ciertas obras hiperrealistas o híperfotográficas, dispuestas a dejar perplejo al espectador más exigente con la representación más veraz. Todo ello, porque el Realismo no ha sido nunca un modo de ver y hacer unívoco que se limita a reproducir lo visible, y aunque todos ellos han tenido una clara voluntad de saber ver y aprehender directamente lo que se percibe, la mayoría se movieron en el entorno de muy distintos planteamientos existenciales e ideológicos, que enriquecieron el puro realismo. Fue voluntad de este punto de vista comprometerse con distintos empeños y tuvieron los antiguos y esporádicos realismos, fe en el hombre y sus respectivas creencias. Sin embargo, el Realismo del siglo XIX nacería de un determinado positivismo, cree en lo que se podía tocar y palpar, como el empirismo científico. Decidido, a contraponer lo objetivo al subjetivismo romántico, no tardó en cargarse su literatura y responsabilidades y quiso ser portavoz fundamentalmente de inquietudes políticas. Se hizo docente. Ejerció el patriotismo exageradamente nacionalista de un instante. Hay que tener en cuenta que la mayoría de las obras más ambiciosas del siglo XIX, debían realizarse con la mirada puesta en los salones y certámenes nacionales e internacionales y serían los expertos los llamados a premiarlas. Cada vez eran más los espectadores y entendidos.

Nace el gusto por el pintar en sí. Por otra parte, el burgués prefiere el arte anecdótico, banal y superficial porque no desea que el arte le añada un quebradero de cabeza más a todos los que le viene proporcionando el siglo con cierta frecuencia. En consecuencia, desea que se reduzca al mínimo el asunto literario narrado en la pintura.

Hay que tener presente que desde la segunda mitad del siglo XIX, el mundo ha sufrido una gran transformación y consecuentemente a medida que avanza el siglo, se convierte el Realismo en algo bien distinto, aunque participa de ciertos rasgos comunes con el Realismo inicial. Se trata del Naturalismo a quien le interesa la observación y reproducción de lo natural pero concediéndole una alta categoría al mimetismo. Lo que para el Realismo había sido un medio, la imitación de lo visible, para el Naturalismo se convierte en un fin y se piensa que el arte no puede ser otra cosa que la imitación de la naturaleza. Desde la Península Ibérica hasta Rusia, Realismo y Naturalismo son cultivados en dosis masivas.

En general, se acepta que el Realismo decimonónico nace con el francés Gustave Courbet (1819-1877) aunque hubiese tenido una cierta comparecencia en la poética romántica con Gericault y Delacroix. Fuera de Francia, Goya nunca rompió el cordón umbilical que le unía con el Realismo del siglo XVII español.

Jean-François Millet (1814-1875) Jean-François Millet, El Angelus Jean-François Millet, El Hombre de la azada Jean-François Millet, Las Espigadoras

Coubert pinta sirviéndose de grandes manchas con gruesos toques de negro. Reacciona contra todo lo clásico. Su Mujer durmiendo, en nada se parece a una Venus. Los Picapedreros son un retazo de la vida trabajadora. Es evidente que no se exalta el trabajo, sino que late una condenación de esta vida, como expresión de las ideas políticas. El Entierro de Ornans nada tiene que ver con el Entierro Del Conde Orgaz. El primero es un cuadro desconsolador, nos muestra un pequeño cementerio donde unos campesinos ven como ‘dan tierra’ a uno de los suyos, cada personaje representa su papel, todo es verdadero y de una conmovedora realidad; el segundo eleva el espíritu.

Coubert alcanza el genio cuando se entrega sin predisposición a pintar la naturaleza. Su obra tiene todo el valor de un símbolo. Su proceder sin atadura ha sido la causa de su éxito. Su realismo no parece estar cargado de la crudeza con la que en su tiempo fue juzgado. Sus lienzos, especialmente, los de paisajes, rezuman carga poética. Se dice que no admitía más lecciones que las que le daba la naturaleza: ‘Yo soy su alumno’. Sólo escuchaba a su instinto y no creía más que lo que veían sus ojos. Cada una de sus obras adquiría para él el valor de un manifiesto.

Jean-François Millet (1814-1875), pinta temas lejos del trajín de la ciudad. Campesinos que creen, rezan y aman el trabajo, ajenos a las ideas políticas del momento. A veces se ha considerado su obra como un alegato a Coubert. Otros piensan que no. El Hombre de la azada, El Angelus, Las Espigadoras, guardan un romanticismo en su real factura, pero sus luces alumbran ya el camino del Impresimo. Si Coubert representa el camino del Realismo puro, el del siglo XIX, Millet nos ha deparado un Realismo clásico camino del Impresionismo.

En Francia se consolida el Realismo gracias a la ayuda de los literatos. El Naturalismo de Zola coincide con el Realismo de Coubert.

Édouard Manet (1832-1883) Édouard Manet, Desayuno sobre la hierba Édouard Manet, El torero muerto 

La mayor parte de la obra de Édouard Manet (1832-1883) está imbuida de sentido realista. Trata de unir la tradición clásica del Renacimiento con el espíritu realista. Desayuno sobre la hierba y Olimpya produjeron escándalo y se prohibió su incorporación a los museos.

La novedad que incorpora Manet radica en la utilización de las figuras como soporte del tema. Sus telas, aunque muy trabajadas, dan sensación de haber sido pintadas de una sola vez. En ellas los volúmenes están como aplastados, y los claros chocan sin transición con los oscuros. Pronto se adivina que es una nueva teoría del color lo que aquí expone el artista. La renovación de la pintura de Manet se basa en la eliminación del tema que es ordinariamente realista. El pintor representa la escena sin corregirla, componerla o juzgarla, rechaza toda intervención en la escena. Esto se refleja perfectamente en El torero muerto donde sin anécdotas nos muestra a la muerte como una crónica documental. Esto mismo sucede en la literatura. La obra más representativa del Realismo, Madame Bovary (1857) de Flaubert persiguió lo mismo que la pintura: suprimir todo análisis y juicio moral en los personajes. Su indiferencia a lo hora de describir los sucesos más sórdidos, lograron una crónica de la vida trivial de lo más expresiva.

Jean-Louis-Ernest Meissonier (1815-1891) representa en Francia una pintura de historia, reaccionaria y academicista, que trataba de resucitar las glorias napoleónicas. Famoso por sus temas costumbristas, militares y sus retratos, tratados con una pincelada rápida y precisa a la vez, se hallaba en el extremo opuesto de Coubert.

En España, el Realismo está representado por la pintura de Historia que añade escasa gloria al arte nacional. Enormes lienzos se cubren con figuras y de un sin fin de detalles secundarios que desperdigan la atención. Esta pintura deriva de la romántica pero entre ambas hay mucha diferencia. El artista romántico pinta con el afán de exaltar el espíritu nacional pero sin gran preocupación por la exactitud histórica de la indumentaria y el ambiente. El artista realista es erudito y da más importancia a la verosimilitud. El asunto es lo importante en estos cuadros, razón por lo cual es el deleite de los comentaristas de historia de los Museos. Los cuadros son verdaderos trozos del pretérito, de modo que el asunto principal se desvirtúa.

La rendición de Bailén de José Casado Alisal El fusilamiento de Torrijos, de Antonio Gisbert Doña Juana la loca acompañando el cadáver de Felipe el Hermoso, de Francisco Pradilla

El Estado y las corporaciones públicas son los principales clientes. Se solicitan inmensos lienzos para llenar las paredes de los inmensos salones públicos. Pero una pintura puede descalificarse si se encuentra un error histórico. Los cuadros restallan heroísmo y abnegación, pues de alguna manera se quiere poner de manifiesto la importancia de las personas que gobiernan. Hay una presuntuosa carrera de ‘patriotismo’. Esta pintura de histórica, alcanzó un grado muy alto de cotización en perjuicio de otros géneros como el del ‘paisaje’.

La alta calidad del retrato en esta época pone de manifiesto el despilfarro de energías que se hicieron por centrarse solamente en un género tan perecedero como el de historia. La verosimilitud mató la inspiración y ello hace que la nómina de pintores de historia no tenga relieve y vale más citar cuadros que autores, como: La rendición de Bailén de José Casado Alisal (1832-1886) inspirado en Las lanzas de Velázquez; El fusilamiento de Torrijos, de Antonio Gisbert (1835-1902); Doña Juana la loca acompañando el cadáver de Felipe el Hermoso, de Francisco Pradilla (1841-1921) o Los amantes de Teruel de Antonio Muñoz Degrain. (1841-1924), así como otros cuadros pintados por Eduardo Cano, José Moreno Carbonero, Ulpiano Checa, etc.

El mejor cuadro de historia de esta época es El testamento de Isabel la Católica, 1824, de Eduardo Rosales (1836-1873), Museo del Prado. El lienzo es una muestra de la resurrección de la pintura española en el siglo XIX. El cuadro convence por la naturalidad del ambiente, lejos de toda retórica, como parece pedir el tema. Las pinturas permanecen inmóviles, perplejas, sin poder reaccionar ante la irreparable pérdida de la reina. Por una vez el sentimiento verdadero había desplazado al artificio.

El sentimiento de lo trágico, también sobriamente expresado, brilla en La muerte de Lucrecia. Pintados con colores claros y transparentes que recuerdan a la acuarela. Se aprecia la renovación de la paleta, ávida de colores limpios.

Tobías y el Angel y el Desnudo de la mujer, ponen de manifiesto que Rosales marchaba en la misma dirección que Manet y los pioneros de la pintura moderna.

El testamento de Isabel la Católica, 1824, de Eduardo Rosales Mariano Fortuny, La vicaria La canal de Mancorbo en los Picos de Europa de Carlos de Haes

Otro artista de gran valía es Mariano Fortuny (1838-1874). Pertenece al Realismo por su amor al detalle, pero se nota en él una afición a los juegos de luz de los impresionistas. Su técnica es de una minuciosidad impresionable. Canta las bellezas africanas, los tipos marroquíes, las sangrientas batallas de españoles y musulmanes. Es un cronista de guerra del pincel aunque seguía la tendencia orientalista del Romanticismo. El preciosismo del color se nota en las estampas andaluzas sobre todo en la tabla de La Vicaria o en La elección del modelo. Fortuny dio al cuadro dimensiones reducidas con lo cual aumentaba su efecto suntuoso y hacia más ligera la composición.

El paisaje realista en España está representado por Carlos Haes (1826-1898) que descubre la belleza de los picachos españoles. También mencionar a Martí Alsina (1826-1894) quién representa mejor la tendencia del Realismo siguiendo las pautas europeas debido a sus imágenes críticas carentes de todo pintoresquismo. Sus obras contrastan con las imágenes preciosistas de Mariano Fortuny.

Hay que señalar que el nacimiento del Realismo coincidió con la divergente actitud de los prerafaelistas ingleses y que en su seno sensorialista, brotaría el Impresionismo, paso inconsciente y decisivo para el más acelerado resurgimiento de otras muchas divergencias en el mundo de la pintura.


Bibliografía

- AA.VV.: Historia General del Arte. Pintura. Tomo IV, Ediciones del Prado. Madrid, 1996.

-AA.VV.: Historia del Arte: El mundo Contemporáneo, Tomo 4, Ed. Alianza, Madrid, 1997.

-AA.VV.: Del Neoclasicismo al Impresionismo, Ediciones Akal, Madrid, 1999.

- CALVO SERRALLER, F. y BENITO P.: Rosales, Ed. Sarpe, Madrid, 1988.

-FOLCH I TORRES, J.: El pintor Martí i Alsina, Barcelona, 1920.

- GIL FILLOL, L.: Mariano Fortuny, su vida, su obra, su arte, Barcelona, 1952.

- MARTÍN GONZÁLEZ, J. J.: Historia del arte. Ed. Gredos, Madrid, 1996.

- ROSEN, CH. y ZERNER, H:: Romanticismo y Realismo. Los mitos del arte del siglo XIX, Blume, Madrid, 1988.


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DATOS DE LA AUTORA:

Remedios García Rodríguez, Profesora de Educación, Licenciada por la Universidad Complutense de Madrid (1968), Licenciada en Psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca (1969), Master en Psicología por la UNED de Madrid (2000). Inspectora de Educación en las Autonomías de Euskadi y Andalucía desde 1980. Redactora de Homines.com.